
Por: Orlando Cienfuegos, corresponsal de Antorcha.
Una ofensiva con sello estadounidense
La reciente decisión del presidente Gustavo Petro de redoblar la militarización en la frontera colombo-venezolana, con el despliegue de más de 25.000 soldados en el Catatumbo, no puede entenderse de manera aislada. Este movimiento de tropas se da en el marco de la nueva ofensiva de Estados Unidos en América Latina, expresada en el envío de ocho buques de guerra hacia el mar Caribe, en una clara maniobra de presión contra los gobiernos progresistas de la región. La supuesta “lucha antidrogas” reaparece como máscara de la vieja doctrina contrainsurgente, que hoy se recicla bajo el lenguaje de “seguridad fronteriza” y “coordinación binacional”. Lo cierto es que, mientras Washington amenaza con fuego y guerra psicológica, Bogotá responde militarizando el territorio, perpetuando la lógica del enemigo interno.
El Catatumbo: Una herida abierta
El Catatumbo es una región marcada por el conflicto histórico y el abandono estatal. Con la mayor concentración de cultivos de coca en el mundo, este territorio fronterizo ha sido convertido en escenario de disputa entre la guerrilla por un lado y, por el otro, paramilitares y narcos al servicio del capital transnacional. En enero de 2025, la confrontación se recrudeció cuando el ELN lanzó una ofensiva contra la banda del 33 de las disidencias de las FARC y otras estructuras del narcotráfico, desatando choques militares que desnudaron las alianzas entre bandas criminales, paramilitares y sectores del Estado.
Los hechos recientes ilustran esa connivencia: secuestros perpetrados por las disidencias atribuidos al ELN para desprestigiarnos, masacres como la ocurrida en Tibú el 15 de enero de 2025 —ejecutada por la banda del 33 pero adjudicada mediáticamente a la insurgencia y posteriormente desmentida—, y la instalación de corredores del narcotráfico controlados por carteles mexicanos con la complicidad de fuerzas estatales. Testimonios de prisioneros de la banda del 33 que hemos visibilizado como ELN, muestran cómo estas estructuras criminales se han beneficiado de entrenamientos de ex militares, compra de armas a altos precios y protección de la Policía Nacional.
En este panorama, Petro ordena más militarización. Lo paradójico es que mientras acusa al ELN de ser un actor del narcotráfico en el Catatumbo, él mismo ha denunciado la farsa del “Cartel de los Soles” como una excusa ficticia de la derecha internacional para intervenir en Venezuela. ¿Cómo entender que el mandatario rechace el relato imperial cuando apunta a Caracas, pero lo reproduzca cuando busca deslegitimar a la insurgencia colombiana?
El despliegue militar en el Catatumbo no golpea las estructuras reales del narcotráfico, sino que refuerza el esquema impuesto por la DEA y el Pentágono: sembrar la guerra perpetua en territorios estratégicos y estigmatizar a quienes se oponen al orden capitalista. La pregunta que cabe hacerse es: ¿en verdad Petro está en contra de las drogas, o en contra de la subversión?
Las evidencias apuntan a lo segundo. Las verdaderas redes del narcotráfico en el Catatumbo no las encarna el ELN, sino las bandas paramilitares, las disidencias del Frente 33 de las exfarc y los carteles extranjeros, que operan con la venia del Estado y la tutela de Estados Unidos. Son esas mafias las que instalan pistas clandestinas, abastecen laboratorios, pactan con capos internacionales y usan la violencia paramilitar para controlar territorios y poblaciones.
En contraste, como ELN hemos emprendido acciones armadas contra esas bandas, desarmando estructuras criminales y desarticulando corredores del narcotráfico que alimentan a los carteles mexicanos. Como organización, lejos de traficar, hemos mantenido un deslinde categórico frente a la cocaína y hemos señalado la responsabilidad de Estados Unidos en el sostenimiento de esas redes. De hecho, cada golpe a estas bandas expone el carácter contrainsurgente del plan imperial, que necesita de la existencia de mafias para justificar la militarización y perpetuar la dominación.
La contradicción de Petro es evidente: mientras en el discurso internacional cuestiona la manipulación del narcotráfico como excusa intervencionista, en el plano interno repite el libreto imperial al asociar al ELN con la droga. Así, su “Paz Total” se convierte en un globo inflado que estalla ante la realidad de las comunidades: más soldados, más fusiles, más desplazamiento y más muerte.
Mayor militarización, menos paz
El Catatumbo no necesita más botas militares ni helicópteros de guerra. Lo que demanda es una solución integral que parta de las comunidades: sustitución de cultivos de coca por proyectos agropecuarios sostenibles, inversión en universidades y hospitales, infraestructura civil que conecte al territorio con el resto del país y oportunidades reales de empleo y estudio para su juventud. La paz no se construye con la doctrina de la guerra ni con el guión de Washington.
Militarizar el Catatumbo es perpetuar el conflicto y alimentar al monstruo del narcotráfico que dicen combatir. La verdadera salida exige escuchar a las comunidades y reconocer que la insurgencia no es el problema, sino un respuesta rebelde a un modelo de exclusión y dominación. La paz será posible solo si se rompe con la dependencia del imperio y se apuesta por la soberanía popular.