Por: Juan Ignacio Agudelo
Este fue el grito en muros, carteles, pasacalles y trinos. Ese emblema, juntó en las calles a la gente desde el 28 de abril de 2021, sobre todo a grupos masivos de jóvenes, en el potente paro nacional.
Cánticos contra la clase política en el poder que impone medidas que agudizan la desigualdad, juntanza de mujeres contra los feminicidios y el Estado patriarcal, ollas comunitarias contra el hambre generada en las barriadas como consecuencia de un modelo económico que obliga a la informalidad laboral, por demás, agravada por la pandemia. Escudos, capuchas y piedras contra el ESMAD por el hartazgo de la represión. «Somos la resistencia» fue la consigna para fortalecer el espíritu combativo y «SOS Colombia ¡nos están matando!» la denuncia ante la represión y masacre realizada por las fuerzas represivas del Estado.
¡Nos están matando! en los campos, en los barrios, en las calles, en todo Colombia.
2.168 lideres sociales y comunitarios asesinados desde la firma del acuerdo de paz, 88 masacres solo en el 2021, en múltiples departamentos del país y 155 lideresas y líderes comunitarios, de derechos humanos y ambientales asesinados durante el último año. Centenares de ex-combatientes (300 aproximadamente) firmantes del acuerdo de paz, traicionados por el Estado. Sumados a los casi 100 asesinatos y desapariciones forzadas en el marco de las protestas, cometidos por la policía.
Siempre que se construyen procesos organizativos para enfrentar las necesidades de los sujetos empobrecidos y las comunidades, para defender los Derechos Humanos; se fortalecen los lazos de solidaridad, el trabajo colectivo, el tejido social, que a través del miedo la derecha fascista intentó romper durante muchos años.
Los poderosos, enemigos de ese pueblo organizado, utiliza la represión, un perverso coctel que mezcla masacres, asesinatos selectivos, falsos positivos judiciales, intimidaciones y estigmatización mediática. Un viejo y agresivo método aprendido por las fuerzas armadas colombianas (incluida la policía) de los instructores gringos en la Escuela de las Américas.
Jóvenes sin cabeza encontrados en ríos y baleados en calles de las ciudades, asesinados en la sombra, sin «culpables». Su delito: participar en el paro. Capturas que se vuelven mediáticas, que acusan a jóvenes de ser de la «Primera línea» como si de una organización armada se tratara. Jóvenes que aguantaban en defensa de los demás, los gases lacrimógenos, granadas aturdidoras, las armas supuestamente «no letales» como el Venom, los perdigones de caucho disparados con el rifle que mató hace 2 años a Dylan Cruz en Bogotá, las recalzadas (armas ilegales que usa el ESMAD compuesta de canicas y otros materiales que al detonar, han reventado los ojos de muchos jóvenes en Colombia) y hasta disparos de armas de fuego. Y la Primera Línea armada con escudos de madera, piedras y dignidad.
Las únicas capturas, en algunos casos masivas, en medio del 2021 lleno de sangre, han sido fundamentalmente la de los jóvenes de la Primera línea, pero los medios hegemónicos no han hecho especiales “periodísticos” a profundidad como si hacían de los “vándalos en las protestas” ni la Fiscalía General de la Nación, ni la Defensoría del Pueblo han realizado las investigaciones, ni seguimientos, ni inteligencia, ni denuncias masivas para capturar a los culpables de las masacres, los asesinatos selectivos, y la represión contra los manifestantes. Con toda razón dicen en la zona cundi-boyacense “la justicia es para los de ruana”.
«La represión no solo se dirige contra las víctimas directamente, sino también contra su entorno. La impunidad adquiere así una función política fundamental, que va más allá del simple encubrimiento de los victimarios: la impunidad evidencia la inalterabilidad de las relaciones de poder. Dado que el grado de hegemonía de un orden social es directamente proporcional al grado en que este logra hacer ver toda alternativa como poco realista, el acto jurídico de la impunidad tiene consecuencias políticas enormes. La inmunidad de los victimarios fortalece la impotencia de los adversarios (reales y potenciales) del sistema político» (Beristain y Riera, 1993)
Y así nos tienen a los colombianos, observando el derramamiento permanente de sangre sin que aparentemente haya culpables, no hay imputados, ni juzgados. Reina la impunidad.
Los atropellos y asesinatos realizados por las fuerzas represoras del Estado, los vemos en vídeos de redes sociales, en denuncias de organizaciones de Derechos Humanos, con nombre, rango y pruebas, sin embargo el Estado los encubre y se hacen inmunes, a lo sumo se les sanciona disciplinariamente.
Es necesario que no se caiga en la desesperanza, que se continué denunciando jurídicamente, por los diferentes medios de comunicación, por redes sociales, a la comunidad internacional, pero fundamentalmente, seguirse organizando y movilizándose, gobernando nuevamente las calles, haciendo mas fuerte la consigna “somos la resistencia”. Nosotros seguiremos operando como fuerza insurgente en los campos y ciudades, hasta que este Estado represor cese los atropellos contra el pueblo. Por un 2022 sin miedo, un nuevo año de lucha y resitencia, construyendo caminos para la liberación nacional.
Bibliografía:
Beristain, Carlos Martín y Riera, Francesc. 1993: Afirmación y resistencia. La comunidad como apoyo, Barcelona.
Y como derramaron sangre los jóvenes de las primeras líneas ahora que derramen sangre los cerdos fascistas de los tombos horas.