Por: Compañero Marcos
“Lo que queremos: La independencia del arte para la revolución; la revolución para la liberación definitiva del arte”
André Breton
La concepción de la «poesía útil» ha emergido en el ámbito de las artes literarias como un término cada vez más ambiguo que busca clasificar aquellos poemas de índole contestataria o política, así como categorizar cualquier obra que aspire a incidir en la realidad social, promoviendo la reflexión o la acción. No obstante, esta designación ha generado controversia, ya que, si bien reconoce el potencial transformador de la poesía, también sugiere una connotación negativa al insinuar que estos versos carecen de un desarrollo artístico significativo o de una profundidad estética, reduciéndolos a meras herramientas «propagandísticas» o expresiones comprometidas en su integridad intelectual.
Por un lado, quienes abogan por la «poesía útil» argumentan que la literatura, y en particular la poesía, tiene el poder de influir en la percepción y conciencia colectiva, sirviendo como vehículo para la crítica social. Por otro lado, sus detractores argumentan que el compromiso ideológico puede eclipsar la calidad estética de la obra, convirtiendo los poemas en meras consignas partidistas. El debate sobre si la poesía debe ser política parece, en sí mismo, una ironía. ¿Acaso alguna vez la poesía ha sido apolítica? Desde sus inicios, el arte poético ha estado imbuido de ideologías, reflejando, reproduciendo, pero también desafiando las realidades sociales, políticas y culturales de su tiempo.
Llamar «útil» a la poesía es, en última instancia, un ejercicio de ignorancia histórica. El corazón del asunto radica en la comprensión del artista como un sujeto político. Desde esta perspectiva, el acto creativo es una declaración de intenciones. Cada palabra escrita lleva consigo una carga que refleja creencias y convicciones. Negar la política en la poesía es negar la agencia del poeta como actor social y cultural. El falso debate sobre la utilidad de la poesía busca despolitizar el arte, presentándolo como un mero entretenimiento o búsqueda estética desligada de las realidades.
Sin embargo, esta narrativa simplista no solo es engañosa, sino también peligrosa. Al insistir en la apoliticidad del arte, se perpetúa la ilusión de «neutralidad» que para la élite dominante de la palabra escrita se traduce en comodidad y hegemonía. Es importante reconocer que el contenido ideológico en la poesía no limita la creatividad ni desmejora la búsqueda estética. Por el contrario, poesía como la subversiva es una afirmación de la humanidad en toda su complejidad y contradicción.
Es un recordatorio de que el arte del obrero no existe en un vacío, sino que está intrínsecamente ligado a las luchas populares, luchas que no pierden vigencia y se cristalizan en versos como los de Lil Milagros Ramírez, poetisa y fundadora de las primeras organizaciones insurgentes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador, en su poema «Despertar»:
«Y me sentí fraternalmente unida
a mis hermanos,
Y toda huelga me dolía,
Y cada grito me golpeaba
No solo en la cabeza o los oídos
Sino en el corazón.
Cayó mi blanca mansedumbre,
Muerta a los pies del hambre.»
Asimismo, la poesía no solo es discurso o panfleto, sino que también da cuenta de las sensibilidades auténticas del espíritu revolucionario, antorcha encendida de evidente luz en las letras de Otto René Castillo, poeta guatemalteco y guerrillero de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), quien en su poema «Libertad», escribió:
«Tenemos por ti tantos golpes acumulados en la piel,
que ya ni de pie cabemos en la muerte.»
Un recordatorio de que las artes, como la poesía, también son territorio en disputa y los versos rebeldes una apuesta irreversiblemente insurgente, entonces escriba, compañero, que así también está peleando.