5 septiembre del 2024
Quisiera hablar de mí, y llegar hasta usted que me lee, como quien rompe lo frío de la distancia y abraza con cada letra las angustias y celebra las esperanzas.
Soy de la montaña, unas figuras que abrazan el cielo como ruanas, unas ruanas que guardan dolores y resistencias. Unas montañas deseadas por quien nada sabe de dignidad, resguardadas por quien todo sabe de común-unidad e identidad.
Le cuento esto a quien hoy me lee, porque sé que también tienen unas raíces que las unen a la tierra, que la abrazan desde los pies hasta la cabeza, que hoy impulsan esa rabia transformadora, esa voz que necesita salir a gritos por nuestra boca.
Hoy te cuento, que mi voz se sumará a la tuya desde los lugares que habitemos. Que somos hoy muchas voces que ponemos hasta el cielo la convicción, de que hay otras formas de vivir con las otras y con los otros. Que la liberación no puede ser sólo utopía.
La rebeldía, la necesidad y la terquedad que nos identifica no la encierra unas paredes, mucho menos unos hombres que el ego y la necesidad de poder les quita cualquier grado de sensibilidad.
A lo que voy con esta carta, es precisamente a desdibujar a ese hombre que se nombra como supremo, y que abraza desde una mujer que se reconoce desde lo colectivo, y que hoy busca romper con la lejanía impuesta, para avivar el fuego que nos debe seguir uniendo y la evocación a la resistencia, para seguir caminando, en medio del caos de los virus de la indiferencia y la desigualdad, más antiguos que cualquier pandemia que se escuche hoy.
Con amor eficaz, Milena.