
Editorial Revista Insurrección N° 1027
Comando Central (COCE)
Cada 25 de noviembre nos sumamos a las miles de voces, que reclaman la vida libre de violencia contra las mujeres. Porque es una convicción política y ética, un compromiso ratificado por el ELN, como horizonte estratégico, la lucha anti patriarcal, anti capitalista, anti colonial y anti imperialista.
Hacemos memoria en esta fecha en la que se recuerda el asesinato de las hermanas Mirabal: Minerva, Patria y Teresa a manos de la dictadura de Trujillo en República Dominicana, después de ser encarceladas y sometidas a crueles torturas, como respuesta a su lucha por la libertad del pueblo dominicano, nos lleva a recordar también a las luchadoras incansables en todo el continente y en el mundo.
Las mujeres han hecho parte de la resistencia y la lucha por la liberación, por los derechos, por los cambios en todas las épocas; han encarnado la dignidad y la capacidad de sacrificio de los pueblos indígenas, negros, comunidades campesinas y urbanas, en todas las regiones del mundo, por esto merecen siempre el reconocimiento y homenajes.
Colombia no ha sido la excepción, en nuestra historia destacan la resistencia de las mujeres indígenas en la lucha contra la invasión extranjera, contra el saqueo y el exterminio de sus riquezas y cultura, la Cacica Gaitana por citar un solo nombre; la lucha por la independencia del colonialismo europeo con Manuela, Antonia y Policarpa entre otras, que pasaron a la historia en nombre de las muchas decididas, que acompañaron las gestas de la primera independencia. Las luchas de las trabajadoras en las que el nombre de Bartolina, Juana Julia, Maria Cano resaltan eternamente.
Todas han tenido que enfrentarse a la represión y la violencia, como respuesta a un sistema y su régimen que, no han estado dispuestos a ceder ni un poco de los privilegios de la clase en el poder.
El patriarcado en el sistema de dominación capitalista, expropia a las mujeres no solo el fruto del trabajo, sino también el control sobre sus cuerpos. La hegemonía patriarcal inocula la creencia, de poseer el derecho a decidir sobre ellas, hasta creer que se puede ejercer violencia extrema contra ellas. El sabio Federico Engels lo explicó así: ‘la mujer es entregada al poder del hombre: cuando éste la mata, no hace más que ejercer su derecho’.
Esa lógica de propiedad sobre las mujeres es similar a la relación que el capitalista tiene con el obrero: es la creencia que puede disponer no solo del tiempo y el trabajo, sino también de la vida del otro. Por esto, la lucha contra el patriarcado y la lucha contra el capitalismo son inseparables. Si queremos terminar con la violencia, tenemos que atacar ambos sistemas. No basta con pelear por derechos formales, sino cambiamos la base económica y social que sostiene la opresión de la mujer. Un movimiento anti patriarcal que no cuestione el capitalismo, es un movimiento que deja intacta la raíz del problema; y viceversa, un movimiento que cuestione el capitalismo, pero no cuestione el patriarcado, seguirá reproduciendo formas de opresión, desigualdad y violencia.
La conmemoración de La No Violencia Contra Las Mujeres es un escenario propicio, para volver a mirar realidades que por ser tan repetidas, se tornan invisibles, cotidianas y naturales, hasta el momento en que hay que contar ‘otra menos’, otra víctima que se nota más, a la que no se puede dejar de prestar atención por una violación, un feminicidio, antecedidos por sistemáticas e innumerables violencias, que pasaron desapercibidas, a las que la sociedad se ha ido acostumbrando.
En Colombia las mujeres son el 51,2 por ciento de la población nacional, de las que son mujeres más del 40 por ciento de las personas pobres, quienes además a diario, son violentadas y abusadas, mujeres y niñas de todas las regiones, donde cada año se registran alarmantes cifras de feminicidios, que son asesinatos de mujeres por condición de género.
Dos terceras partes de las 9 millones de personas desplazadas son mujeres, víctimas de una violencia desproporcionada que ha dejado secuelas y heridas, por la guerra que principalmente deja viudas, madres, abuelas e hijas desamparadas.
Responden por la carga doméstica en que la crianza, cuidados y manutención de los hijos e hijas, los asumen las madres, ante la ausencia de los padres. Sufren la violencia obstétrica que lentamente se vuelve parte de la agenda pública, después de largos periodos de dolores silenciados.
Para las mujeres son mayores las barreras para el acceso a estudios primarios secundarios y universitarios, más limitadas las posibilidades para la participación política y mayores las afectaciones a sus derechos, cuando se trata de las mujeres en las cárceles.
En el Ejército de Liberación Nacional hemos asumido el reto de aportar a la construcción de un proyecto de transformación social, cultural y político, que incluya alternativas reales para dignificar la vida de todos y todas.
Si queremos un futuro distinto, necesitamos organizarnos como pueblo para poner fin a ambos sistemas de opresión, superando el capitalismo y el patriarcado. No se trata de una disputa ‘de mujeres contra hombres’, sino de la construcción colectiva de una sociedad sin explotados ni explotadores, donde nadie sea tratado como propiedad y donde el trabajo y la vida se organicen para el bienestar de todos y todas.
