COMPARTE

Por: Camilo Manrique Giraldo Builes, corresponsal de Antorcha.

En Yarumal, Antioquia, recientemente fueron rescatados 17 menores de la secta judía ultraortodoxa Lev Tahor, un hecho que volvió a poner sobre la mesa un fenómeno que América Latina ha preferido ignorar: la expansión silenciosa de grupos religiosos extremistas que, amparados en supuestas verdades reveladas, someten a niños y adultos a prácticas de control, abuso y explotación. Cinco de los menores rescatados tenían circular amarilla activa de Interpol, una alerta reservada para desapariciones y riesgos de trata, secuestro o explotación sexual. No es un detalle menor, es la evidencia de que no estamos ante una comunidad religiosa convencional, sino frente a una estructura transnacional que huye de la justicia y opera en la ilegalidad.

La secta judía Lev Tahor —con historial de condenas por secuestro, maltrato y explotación sexual infantil en Estados Unidos y Guatemala— habría intentado establecer una colonia en Colombia, aprovechando vacíos institucionales y la impunidad. Haciendo lo que nunca hacen, Migración Colombia y el ICBF evitó que nuestro territorio se convirtiera en santuario para quienes instrumentalizan la fe con fines criminales.

Pero el caso obliga a mirar más allá del titular, pues no se trata solo de una “secta peligrosa”. Se trata de comprender cómo ciertos modelos de religiosidad extrema, totalmente desconectados de la espiritualidad liberadora de los pueblos, se transforman en máquinas de opresión. Cuando una doctrina proclama la superioridad moral o espiritual de un pueblo sobre otro, cuando predica la separación y el aislamiento del mundo, cuando convierte a mujeres y niños en propiedad del líder, el terreno está abonado para el abuso sistemático.

Ese mismo principio —el del supremacismo (fascismo) religioso convertido en proyecto político— ha sido utilizado por el ente sionista de Israel para legitimar décadas de ocupación, limpieza étnica y violencia contra el pueblo palestino. La misma lógica que permitió que 17 niños fueran mantenidos bajo control coercitivo en Antioquia es la que sostiene, en otra escala, el andamiaje colonial que oprime a Palestina. En ambos casos, se manipula la fe para justificar lo injustificable.

Como revolucionarios debemos decirlo con claridad: el problema no es la religión, ni el judaísmo, ni el islam, ni el cristianismo. El problema es el extremismo reaccionaria y religioso, el supremacismo (fascismo), la instrumentalización de la fe para dominar cuerpos y territorios.

Para el ELN, la salida no es la negación de la espiritualidad, sino su recuperación. Que la espiritualidad sirva para unir, no para separar; para liberar, no para oprimir. Que nos radicalice, sí, pero en la solidaridad, en el amor al prójimo, en la defensa de los niños, en la dignidad de los pueblos. Que sirva para construir —como diría cualquier auténtica tradición liberadora— un reino de justicia en la Tierra: el socialismo. Solo así evitaremos que casos como el de Antioquia y Palestina vuelvan a repetirse.


COMPARTE