Sacerdote para la eternidad
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Por: Antonio García, Primer Comandante del ELN

Por estos meses en 1965, hace 60 años, Camilo Torres se debatía en las incertidumbres que lo estaban llevando a separarse de su condición clerical, en el léxico popular: dejar la sotana. Claro que para nosotros, los terrenales, puede ser un acto formal o rutinario de cambiarnos la ropa; pero para él, era su misma piel, su carne, su corazón y su propia alma.

Por eso, para muchos del pueblo y sobre todo los elenos nos llega al alma la canción que inicia diciendo: «Cura de negra sotana»…, pese a que el «hábito» no hace al monje, se hacen necesarias reflexiones de fondo.

Para Camilo tomar la ruta hacia el sacerdocio fue un proceso muy meditado, asumido con mucha conciencia y honestidad, para él significó retomar el camino de Cristo, una vida dedicada a los demás sin esperar nada a cambio.

En una de sus visitas a los Llanos Orientales, mirando las inmensidades de ese universo de silencios, se conecta con los dolores humanos que siguen esperando redención, es entonces cuando se dice:

«Comprendí que la vida como yo la entendía, como la estaba viviendo, carecía de sentido. Pensé que podía ser más útil, pero en función colectiva».

Haría su recorrido de vida cada día más comprometido con su esencia de sacerdote, con una rigurosa formación intelectual como sociólogo e identificado con las prácticas sociales de los sacerdotes-obreros, en su relación directa con los pobres y desposeídos fue construyendo su esencia auténticamente revolucionaria, que el mismo sintetizaría en:

«Soy revolucionario como colombiano, como sociólogo, como cristiano y como sacerdote:

Como colombiano, porque no puedo ser ajeno a las luchas de mi pueblo.

Como sociólogo, porque gracias al conocimiento científico que tengo de la realidad, he llegado al convencimiento de que las soluciones técnicas y eficaces no se logran sin una revolución.

Como cristiano, porque la esencia del cristianismo es el amor al prójimo y solamente por la revolución puede lograse el bien de la mayoría.

Como sacerdote, porque la entrega al prójimo que exige la revolución es un requisito de caridad fraterna, indispensable para realizar el sacrificio de la Misa, que no es una ofrenda individual, sino de todo el pueblo de Dios por intermedio de Cristo».

En defensa de la integralidad de su esencia de sacerdote revolucionario, tendría que enfrentase a la Jerarquía eclesiástica encarnada en el Cardenal Luis Concha, donde luego de un intercambio de cartas el Cardenal, el 28 de mayo de 1965, concluía diciéndole a Camilo:

«…Desde el principio de mi sacerdocio he estado absolutamente persuadido de que las directivas pontificias vedan al sacerdote intervenir en actividades políticas y en cuestiones puramente técnicas y prácticas en materia de acción social propiamente dichas.»

Pero el Cardenal Concha iría más allá en su declaración del 18 de junio donde señaló:

«Las declaraciones del padre Camilo Torres son incompatibles con su carácter sacerdotal y con el mismo hábito eclesiástico que viste. Puede suceder que estas dos circunstancias induzcan a algunos católicos a seguir las erróneas y perniciosas doctrinas que el padre Torres propone en sus programas.»

Camilo, luego de meditar profundamente, le escribe el 24 de junio al Cardenal Concha y a la vez hace una declaración donde señala:

“Yo opté por el cristianismo por considerar que en él encontraba la forma más pura para servir al prójimo. Fui elegido por Cristo para ser sacerdote eternamente, motivado por el deseo de entregarme de tiempo completo al amor de mis semejantes. Como sociólogo, he querido que ese amor se vuelva eficaz, mediante la técnica y la ciencia; al analizar la sociedad colombiana me he dado cuenta de la necesidad de una revolución para poder dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo y realizar el bienestar de las mayorías de nuestro pueblo».

Luego concluye diciendo:

«Por eso, he pedido a Su Eminencia el Cardenal que me libere de mis obligaciones clericales para poder servir al pueblo en el terreno temporal. Sacrifico uno de mis derechos que amo más profundamente: poder celebrar el culto externo de la Iglesia como sacerdote, para crear las condiciones que hacen más auténtico ese culto».

De Roma recomendaron continuar el diálogo, pero el cardenal Concha, dos días después y sin respetar lo recomendado se tomó la atribución de reducir a Camilo al estado laico.

Serían días dolorosos para Camilo, cuando sus amigos más cercanos le preguntan:

—¿Es que piensas abandonar el sacerdocio?

—No, eso nunca. Precisamente pedí que me dejaran celebrar Misa los domingos. Se me dijo que no. Soy sacerdote… No improvisé mi sacerdocio, pero se me niega la Misa. Podría decirla en privado. Mi sacerdocio es de Cristo y le pertenece al pueblo. No puedo traicionar mi conciencia… —respondió Camilo y en seguida lloró, lloró mucho…

Fueron días turbulentos para la humanidad de Camilo, pues la Jerarquía eclesiástica actuaba como la inquisición, vendrían nuevas declaraciones del cardenal Concha. En tan pocos días para el Cardenal, ya no sería el Padre Camilo, sino simplemente un Señor. Vuelve, entonces, el 20 de septiembre a remarcar sus sentencias:

«El Señor Camilo Torres espontáneamente solicitó la reducción al estado laical que le fue concedida. En virtud de la reducción al estado laical el Señor Camilo Torres quedó dispensado de las obligaciones al estado sacerdotal, exceptuada la obligación del celibato.

La reducción al estado laical, que ciertamente no borra el carácter sacerdotal que es indeleble, implica que el Señor Camilo Torres no podrá jamás volver a ejercer el ministerio sacerdotal.»

El 30 de septiembre Camilo publicaría en su periódico del Frente Unido la declaración donde explicó:

«Desgraciadamente el Cardenal da la sensación de seguir en la misma tónica: sin explicar ni comprobar por qué estoy en contra de la Iglesia católica. Parece que obrara bajo los grupos de presión que tienen sometido al país.

Las declaraciones públicas de su Eminencia el Cardenal están en contra de sus declaraciones en privado. Cuando hablé personalmente con el Cardenal vimos que la única fórmula para conservar a salvo su conciencia y la mía, era la que yo pediría la reducción al estado laico. Él me dijo que era una decisión dolorosa para él pero que esperaba que en el momento que yo considerara conveniente, pudiera volver al ejercicio de mi sacerdocio y él me recibiría con los brazos abiertos.»

Sin duda que Camilo se sintió engañado por el Cardenal, y más que por él, por la Jerarquía de la Iglesia presionada por la oligarquía colombiana. Pero él, a gusto de su pueblo, se sigue considerando sacerdote para la eternidad. Por eso, si bien la sotana no hace al cura, es un símbolo de respeto, no puede actuarse como mercader en los templos con ella, o usarla como mercancía para sacar réditos de imagen. Vale recordar que esas prendas sagradas deben ser tratadas con la máxima consideración, pues son patrimonio del pueblo.

Hablando de la sotana de Camilo, lo más seguro es que ella apareció para reclamar el cuerpo que la vistió, cuerpo desaparecido por el Mando Militar con autorización del Jefe de Estado, a quienes Isabelita, la madre de Camilo, les dijo:

«Soy la única madre colombiana a la cual se le ha negado la entrega del cadáver de su propio hijo.

Como cristiana y católica practicante le recuerdo que cuando a Cristo crucificaron como ‘bandolero’ no le negaron a la Virgen María la gracia que a mí se me ha negado.»

Estamos ante un crimen de Estado, que ni en los tiempos de La Ilíada, muchos siglos antes del sacrificio de Cristo, cuando el derecho no existía, pero sí el honor militar, el mismísimo Aquiles le permitió al Rey Príamo rendirle honores a su hijo Héctor, muerto en combate con él, y colocarle en sus ojos las dos monedas para el barquero.

Qué lejos estamos del honor de esos tiempos, que termina retando a quienes dicen defender los Derechos.

Ahora, es mucho más delicado, Isabelita es parte de ese colectivo de madres que no han podido ni ver ni recoger los cadáveres de sus hijos, secuestrados y desaparecidos, pues la doctrina contrainsurgente de Estado, que orienta esas prácticas, ha sido imparable desde los tiempos de Camilo.


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