
Por: Orlando Cienfuegos, corresponsal de Antorcha Estéreo.
El negocio de la guerra
Mientras los pueblos del mundo enfrentan crisis económicas, deterioro ambiental y retrocesos sociales, los líderes de las potencias imperialistas decidieron que su prioridad es otra: armarse hasta los dientes. En la reciente cumbre (24 y 25 de junio de 2025) de la OTAN, celebrada en La Haya, los 32 países miembros acordaron elevar su gasto militar al 5% del Producto Interno Bruto. El compromiso, impulsado con mano dura por Estados Unidos, no deja lugar a dudas: la guerra es el negocio del capital, y están decididos a expandirlo a cualquier costo.
La narrativa oficial justifica esta medida con el viejo libreto: Rusia como amenaza, Irán como peligro, China como competidor y la necesidad de “defender la democracia”. Sin embargo, lo que vemos es otra cosa. Rusia, lejos de ser una potencia en expansión, está acorralada militar y económicamente. Pero Washington y sus aliados necesitan un enemigo visible para mantener en marcha su maquinaria bélica. Así como en la Guerra Fría el comunismo fue usado como excusa para justificar invasiones y golpes de Estado, hoy Rusia cumple ese papel. No se trata de defender a Moscú, sino de desenmascarar la hipocresía imperialista: proyectan sus propias agresiones en quienes se resisten a su hegemonía.
Detrás del discurso de “seguridad colectiva” se esconde una estrategia clara: reactivar las economías del norte mediante el gasto militar, a costa del bienestar de sus propios pueblos y de la paz mundial. El complejo industrial-militar necesita guerras, reales o ficticias, para sostener sus beneficios. Empresas como Lockheed Martin, BAE Systems o Rheinmetall no viven de fabricar escuelas ni hospitales. Viven de destruir, y cuanto más larga sea la guerra, mejor.
Lo más grave es que este giro militarista ocurre mientras Europa desmantela lo que queda de su Estado de bienestar. Suben los presupuestos para tanques, bajan los de salud y educación. Cierran hospitales mientras se compran misiles. La población empobrecida observa cómo los gobiernos, que alegan no tener fondos para subir salarios o pensiones, encuentran miles de millones para modernizar su arsenal. El mensaje es claro: el capital sí tiene recursos, pero no para los trabajadores.
OTAN: obediencia obligatoria
La escena en La Haya dejó ver el verdadero rostro de esta alianza. Las sesiones fueron breves y el rumbo lo marcó Estados Unidos sin disimulo, con la presencia de Donald Trump como figura central. Los líderes europeos, muchos visiblemente incómodos, se limitaron a asentir. España fue el único país que rechazó el objetivo del 5%, y de inmediato fue amenazada por Trump con represalias comerciales si no se alinea. Así se define hoy la “democracia” en la OTAN: o aceptas el chantaje, o pagas las consecuencias.
El caso de Yugoslavia es un antecedente que no se debe olvidar. En 1999, la OTAN bombardeó ese país durante 78 días, sin autorización de la ONU, bajo el argumento de evitar una “crisis humanitaria” en Kosovo. El verdadero objetivo fue destruir un modelo socialista con raíces en la autogestión obrera y dividirlo en repúblicas débiles y dependientes del capital occidental. Hoy repiten la jugada en Ucrania: empujan al país a una guerra interminable que solo beneficia a los fabricantes de armas y a las potencias que usan a los pueblos como carne de cañón.
Colombia: ¿socio menor de la guerra global?
Desde Colombia, esto debe ser visto como una advertencia. Durante décadas, nuestro país ha sido un laboratorio de militarización al servicio de intereses externos. Más de la mitad del presupuesto nacional se ha destinado a sostener un conflicto armado que ha favorecido a las élites, a los terratenientes y a las transnacionales. Ahora, con el aumento del militarismo global, las presiones para que América Latina se subordine aún más a la lógica de guerra de la OTAN se intensificarán. Ya hay voces que promueven el ingreso de Colombia como “socio global” de la alianza, lo que sería un paso más hacia la pérdida total de soberanía.
Los pueblos no deben caer en la trampa del miedo. La seguridad no se construye con guerras, sino con justicia social. No necesitamos más helicópteros, sino hospitales, escuelas, vivienda digna y tierras para quien la trabaja. La verdadera defensa es garantizar una vida digna, no alistar soldados para guerras ajenas.
La OTAN no busca la paz, busca el control. Su rearme es el síntoma de un sistema en decadencia que, incapaz de resolver sus contradicciones, recurre a la destrucción para sobrevivir. Desde Colombia, desde América Latina, debemos alzar la voz: ni un peso más para la guerra, ni un muerto más por los negocios del imperialismo.