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A diferencia de las instrucciones para llorar de Julio Cortázar, que dejan de lado los motivos del llanto, aquí nos interesa conocer a profundidad los motivos de la matanza para secarnos las lágrimas, llenarnos de razones y proponernos una manera efectiva de detenerla.

Las matanzas en Colombia nunca se han detenido, pero, sí, podríamos decir que ha habido periodos de intensificación o de visibilización del asesinato. Tenemos el asesinato entre jóvenes que son arrastrados a las bandas por las condiciones de pobreza y de socialización en las que estuvieron inmersos desde pequeños; esas muertes que se ven como “muertes buenas”. Tenemos los asesinatos en el marco del conflicto armado, tanto de los actores armados como de las bases sociales; esas matanzas contra el pueblo. Tenemos el asesinato de mujeres y personas trans; esos “crímenes pasionales” o muertes invisibles. Tenemos los asesinatos por defender los territorios, el ambiente, la vida; esas muertes que indignan por 24 horas y que son tendencia en redes sociales. Nunca paran, pero, en lo que llevamos de 2020, las masacres a quienes defienden sus territorios han aumentado de manera más que evidente. ¿Cómo detenemos estas masacres? ¿Qué papel cumplimos los y las pobladoras urbanas para detener la matanza?

Para responder estas preguntas debemos conocer qué hay en la ciudad y cómo lo podemos utilizar para hacernos escuchar, para decir que nos están matando y que no queremos muerte sino vida digna. Miremos lo que nos rodea, detengámonos un momento para comprender qué está detrás de nuestra vida, nuestra cotidianidad y nuestra rutina en las ciudades. Nos levantamos y, si tenemos con qué, desayunamos con productos comprados en supermercado, tienda de barrio o plaza; nos bañamos con el agua administrada por la empresa de servicios públicos, si es que hay acueducto y se paga la factura; salimos y esperamos el transporte público, donde es posible, para llegar a nuestros lugares de “trabajo” o estudio si somos afortunados, y así asumir y/o prepararnos para asumir los gastos y costos de vivir: arriendo, comida, impuestos, vestuario, salud, servicios de internet y telefonía, ocio, etc.

Cada acción que realizamos en la ciudad y que para nosotrxs es vital, significa ganancias para diferentes empresas vendedoras de esos bienes y servicios; así que el primer aspecto de las urbes es que los flujos de capital se adhieren a nuestra vida cotidiana, se pega de nuestras rutinas para existir y expandirse. Esto conlleva diferentes asuntos. Por un lado, tenemos que ahora las reivindicaciones por una cotidianidad digna son completamente radicales, cuando en un principio pudieran verse simplemente reformistas: un transporte público digno, que no nos amontonen en buses viejos, contaminantes y lentos; servicios públicos de calidad, gratuitos, de acceso para todxs; educación pública; servicios de internet y telefonía de calidad, sin monopolios y con precios justos; alimentos orgánicos, saludables, producidos por el campesinado en condiciones dignas de trabajo y sin intermediación para su venta.

Garantizar la comodidad y la dignidad en nuestro diario vivir en las ciudades es radical, en cuanto exigir y luchar por todo lo anterior, significa restarle ganancias al capital para el bienestar de todxs, es como sacudir un poco de nuestras vidas los flujos de capital que se nos han adherido. Claro, es un primer paso, pero para alcanzar la meta de una sociedad diferente, guiada por otro tipo de valores, debemos trazar una ruta alcanzable; un discurso que nos hable del paraíso sin proponer cambios en nuestra realidad inmediata se queda completamente vacío. Si tenemos en cuenta que a nivel mundial, y particularmente en Colombia, la vida se ha trasladado a las ciudades, que son estos territorios los que han recibido a millones de personas por oleadas de violencia, entre otras, desde hace décadas, pues veremos que la disminución de las ganancias capitalistas se verán bastante afectadas con una dignificación de nuestras rutinas.

Por otro lado, las dinámicas urbanas permiten aglutinar de nuevo la dispersión obligada que ejercieron sobre la clase trabajadora con la flexibilización laboral y el aniquilamiento de los sindicatos a través del asesinato, las amenazas y el desmonte de las industrias en el país. “… la clase trabajadora está constituida por sujetos urbanos y no exclusivamente por trabajadores fabriles. Esta es una diferente formación de clase, fragmentada y dividida en sus objetivos y necesidades, es más bien itinerante, desorganizada y fluida, más que sólidamente implantada”*, la clase es tecnificada, para que no tengan un pensamiento crítico, sino que se dedique únicamente a las actividades operativas, con poca o nula formación política. Pero, ¿cómo revolucionar esta nueva clase trabajadora? Las luchas urbanas son el nuevo eje aglutinador, que literalmente va directo a las necesidades vitales de las personas.

El beneficio que el sector rentista y el sector financiero obtienen de la especulación, no solo monetaria, sino de los terrenos urbanos y las viviendas; la utilización de nuestros medios de subsistencia para obtener ganancias. El impulso económico de las economías ilegales, que mientras enriquecen a unos sectores, condenan a la muerte a las personas pobres, especialmente a los jóvenes. Las grandes edificaciones y proyectos que gastan los impuestos en hacer los espacios públicos más lindos, limpios y atractivos para los turistas, sin importar las condiciones de vivienda de las grandes mayorías que habitan la ciudad.

En Colombia es particularmente evidente el papel de las ciudades en la toma de decisiones, claro está, desde el sistema de democracia liberal añadiéndole el componente de extrema corrupción en el país. De una u otra manera, querámoslo o no, las decisiones electorales en este país dependen de las personas que habitan las ciudades, somos una fuerza aplastante respecto de las personas de las zonas rurales. Solo hace falta revisar de nuevo los resultados del plebiscito por la paz, pues las zonas que más han vivido la guerra y el despojo lo apoyaron y fueron aplastadas por las votaciones en las ciudades “aisladas del conflicto” para las personas privilegiadas, o revisar los resultados de las elecciones presidenciales o las posibilidades electorales de partidos o fuerzas políticas alternativas en los consejos de las principales ciudades de Colombia (en muchas, como Cali y Medellín, a duras penas una curul).

¿Cómo podemos utilizar todo esto para detener la matanza? Si bien la organización de las ciudades nos pone obstáculos, debemos encontrar la manera de convertirlos en ventajas. La acción de protesta en las ciudades es más que necesaria para detener la matanza, es el lugar para visibilizar nuestras luchas y exigencias. ¿Cómo las visibilizamos? Si los flujos de capital, de mano de obra, de mercancías, de materias primas, de turistas, de información dependen y se encuentran en gran y mayor medida en las ciudades, podemos detener esos flujos para que tengan que escucharnos, si no les importa nuestra vida, sí les importa mucho el dinero que depende de nuestra actividad cotidiana territorializada en las urbes.

La ciudad se diferencia de las áreas rurales por la “presencia estatal”, esto impide la construcción de otras realidades, actualmente es inimaginable que lxs pobladorxs urbanxs en Colombia nos propongamos la liberación de la madre tierra como hacen las comunidades indígenas en el Cauca o que construyamos territorios urbanos como las zonas de reserva campesina o territorios agroalimentarios. No obstante, en los centros urbanos, los actores armados que atentan contra el pueblo tienen menor rango de acción; no quiere decir que no se encuentren en los barrios y tengan un fuerte control territorial y poblacional, pero en las ciudades es más difícil que haya una masacre cada cuatro días, como viene sucediendo en las regiones de Colombia.

Detener los flujos de capital, el transporte de personas y de bienes, intervenir las redes de información y comunicación, trasladar la movilización a los centros financieros para que las clases realmente poderosas del país nos tengan que escuchar, así como aprovechar el menor grado de letalidad en las ciudades (en muchas ocasiones esquivar las granadas lacrimógenas del ESMAD es imposible), lograr que esto sea reportado por los grandes medios de comunicación y apoyarse en los medios internacionales. La movilización en las ciudades, incluso cuando las masacres se ejecutan principalmente en las zonas rurales, es imprescindible para que las matanzas no siga siendo una noticia, sino que impulse cambios profundos en nuestra sociedad.

Nota: No existen instrucciones para manifestarse, para cambiar la realidad, para construir nuevas formas de relacionarnos, de liberarnos. El título de este artículo se debe a razones meramente didácticas y detener la matanza solo se logrará a partir de las decisiones colectivas de las gentes.

* Harvey, David. Ciudades rebeldes. Del derecho de la ciudad a la revolución urbana, Madrid, Traficante de sueños, 2017.


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