
Por: Octavia Rebelde, corresponsal de Antorcha Estéreo.
Después del 7 de junio, el país de las élites se volcó completamente a documentar el «atentado» a Miguel Uribe Turbay, senador y aspirante a candidato presidencial, ficha del partido de derecha Centro Democrático. En medio del boom mediático desatado por los medios de comunicación afines a los intereses de los ricos, tres semanas y media de bombardeo mediático con seguimiento obsesivo a la situación de salud de Uribe Turbay; en medio de velatones, cadenas de oración y entrevistas a la esposa del hombre, algo se decía sobre los autores del «atentado», sobre el joven de 15 años que disparó. El centro de este artículo no es Uribe Turbay, son las juventudes pertenecientes a la clase popular de este país, olvidadas y estigmatizadas, sacadas del olvido sólo para rotularlos de «asesinos, sicarios, vándalos, conflictivos».
Como una gran cantidad de jóvenes de este país, Juan Sebastián Rodríguez, con 15 años de edad, el «criminal» del que todos los medios de comunicación hegemónicos tuvieron algo que decir durante las últimas 3 semanas, pertenece a la clase popular, víctima de las condiciones de desigualdad y que obliga a jugársela por sobrevivir día a día. Una madre que falleció y un padre, que el país le envió como mercenario a pelear una guerra que no era suya, un padre que accedió para ganar algo más de dinero para cubrir sus necesidades y las de su familia. Juan Sebastián es uno de los tantos jóvenes que no logran anclarse a este sistema, que no consiguen trabajo fácilmente, que no logran acceder a la educación superior y al que su entorno, lo único que ofrece es trabajar con la olla del barrio. El día del «atentado» Juan Sebastian se bajó de una moto a unas cuadras del lugar en donde se encontraba el senador dando su discurso y horas después, disparó una pistola Glock 9 milímetros; tres tiros que impactaron a Uribe Turbay. Realizado el objetivo, corrió tan rápido como pudo pero la reacción de los escoltas y una horda de personas que estaban participando del evento le alcanzaron, no sin antes herirlo con un tiro en una pierna. Según la investigación, veinte millones de pesos le iban a pagar por lo que hizo, veinte millones de pesos que no se consiguen con los míseros trabajos que nos ofrecen a las y los jóvenes, si es que nos dan trabajo. Lo peor es que aún veinte millones de pesos sigue siendo un precio muy bajo por la cantidad de riesgos y consecuencias que asumió.
La historia de Juan Sebastián, es la historia de cientos de jóvenes del país. La precarización de las condiciones de los jóvenes para alimentar las mafias locales ha sido una estrategia histórica que no solo sostiene y asegura la reproducción en el tiempo de las estructuras del narcotráfico sino que además mantiene las condiciones para las clases populares como un círculo vicioso que se repite una y otra vez. En cifras del DANE el porcentaje total de jóvenes en la población colombiana es del 25%, una parte importante de la población total; la juventud NiNi (es decir, que no estudian ni trabajan) es del 17%; mientras que la tasa de ocupación es del 45,9%. Estos datos el gobierno los lee como positivos, sin embargo, sabemos que no contemplan muchos factores que vivimos a diario como son las condiciones de ocupación precarias; con empleos informales; sin prestaciones de ningún tipo y bajo altos niveles de explotación; la mayoría de jóvenes de la clase popular (al menos en las ciudades) nos empleamos en restaurantes o bares como meseros, en empresas logísticas, en empleos de cargue y descargue de mercancía y ni se diga para las mujeres a las que en muchos empleos no se nos acepta por no manejar «la fuerza bruta» necesaria para ellos. Entonces sí, ocupados pero ¿en qué condiciones?
La mayoría de estos trabajos concentran niveles muy altos de explotación con jornadas laborales de más de 10 horas y sueldos muy por debajo de lo legal. Adicional a eso, la mayoría de jóvenes de la clase popular continuamos accediendo a una educación precaria, con infraestructuras deficientes, y calidad que deja mucho que desear, poniendo más barreras para acceder a la educación media o superior. Hoy en las universidades públicas se concentra una gran cantidad de estudiantes de la clase alta, jóvenes que tienen el privilegio de estudiar en colegios de alta calidad, con desarrollo de otras habilidades o especialización de estudios; condiciones ante las cuales a la juventud popular le queda difícil pelear. Adicionalmente, cada día las barreras para conseguir una vivienda digna son mucho mas grandes. Las viviendas en la ciudad de por sí son todo un reto para la clase popular, de endeudamiento de mínimo treinta años, y cómo acceder a un préstamo si el empleo no es estable y lo que se gana sólo da para subsistir. Todo lo anterior, por hablar solo de algunas cosas, es caldo de cultivo para que cada día hayan más jóvenes seducidos e impulsados por las condiciones estructurales a participar de las mafias locales poniendo en riesgo su propia vida, su presente y su futuro. La víctima de todo esto es de lejos Miguel Uribe, un gomelo de la élite que siempre tuvo todo a su favor, y también las víctimas somos quienes sobrevivimos diariamente a este sistema que amenaza todos los días nuestra vida.
Ahora hablemos de la guerra mediática que se desencadenó fruto de este hecho y cómo esto ha contribuido a manejar un discurso en el que de nuevo los jóvenes somos criminales, terroristas, basura de la sociedad. Desde que ocurrió el hecho, los medios de comunicación se han encargado de generar una matriz mediática en la que la mayoría de titulares tildan a Juan Sebastian como «niño sicario», «niño asesino», «terrorista», entre otros rótulos en los que se pone por hecho al joven como indeseable en la sociedad, ignorando los factores y las condiciones ya descritas. Ahora bien, existen dos tendencias en la matriz creada: en primer lugar, desde una perspectiva que raya en lo vengativo como que el joven debe pagar a costa de lo que sea, incluso el centro democrático ha lanzado una campaña denominada «niño que delinque como adulto, paga como adulto». Otra se va al extremo de la compasión con la situación del joven pero desde la perspectiva en que éste es víctima de una familia disfuncional (dando gran peso al lugar de la familia tradicional o nuclear como la mayor expresión de la autoridad sobre el joven) razón por la cual fue «presa fácil» del delito.
Solo se da agencia a Juan Sebastián para acusarlo por no haber aceptado los programas de gobierno que se le ofrecieron, incluido el programa nacional «Jóvenes en Paz»; punto en el que entra Gustavo Petro a reforzar en una de sus comunicaciones por «X» como ya es costumbre, el rótulo de «niño asesino» y además a decir, que los profesionales del programa que lo tuvieron a su cargo ya identificaban en él grados de «conflictividad» ante lo cual hay que decir: esos mismos «jóvenes en paz» que ahora Petro llama «sicarios» son los jóvenes que crecieron en los barrios y que salieron a defender a la clase popular durante el estallido social; mismos que ayudaron a elegirlo con sus votos; mismos a los que Petro prometió el cielo y sus maravillas y al día de hoy no ha cumplido absolutamente nada. Esos son los jóvenes de los barrios populares, los jóvenes del tan evocado programa «Jóvenes en paz» que no ha logrado cumplir ninguno de sus objetivos desde que inició y que hoy se suma a las vergüenzas de este gobierno, que le ha incumplido a jóvenes y trabajadores, y que no ha estado ni cerca de atender sus necesidades reales. El discurso de este gobierno sobre el hecho no solo da cuenta de una perspectiva simplista del asunto, ignorando las causas estructurales del problema, sino que además se asemeja y legitima al discurso y las acciones de la derecha, perfilando, estigmatizando y señalando a las juventudes.
Finalmente, es importante decir, que estas juventudes de la clase popular solo se nos pone en el ojo público cuando se trata de estigmatizarnos, controlarnos o como catalizador de emociones, nunca para escuchar nuestras exigencias o para reivindicar nuestras luchas. Las élites de este país en alianza con el progresismo, utilizan estos hechos para continuar reproduciendo las condiciones del sistema. Pero las juventudes populares también sabemos que sólo la organización popular puede ayudarnos a contrarrestar estas condiciones. Hoy estamos aquí para decir que no somos carne de cañón maleable o funcional a los intereses de otros. Somos un actor político que transforma y que da la pelea por la transformación social, así como en el estallido lo hicimos en las calles, en la confrontación, en la barricada; así como ahora lo hacemos en los colectivos territoriales, culturales, en las fuerzas que vamos reconstruyendo cada día. La pelea es larga y lo que nos quedan son ganas para luchar. Combatiremos el sistema como lo hemos hecho hasta ahora, y escucharan nuestra voz como un retumbar de miles. ¡No estamos vencidos y no nos vencerán!