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Por: José Vásquez Posada

Un año después de que Iván Duque asumiera como presidente de Colombia, la revista Semana publicó un artículo llamado “Un año de aprendizaje”, y puso en su portada una foto de un Duque vital y lleno de confianza. El artículo mostró al mandatario como un hombre incomprendido, que en su primer año tuvo que superar la contradicción de ser una persona carismática y conciliadora y estar bajo el designio de un partido radical y extremista como el Centro Democrático. “Al cumplir el primer año de gobierno, todavía no hay mucho que mostrar. Pero el presidente Duque tiene las condiciones y tres años para enderezar el rumbo”, sentenció, la ya para entonces, muy desprestigiada revista.

El artículo fue foco de todas las críticas posibles. El tono condescendiente contrastaba con la realidad del país, y parecía un chiste de mal gusto con los y las lectoras; además de que era imposible digerir que la revista hiciera creer el cuento de que al cargo público más importante del país se llegaba a aprender.

Hoy, tres años después de esa burla disfrazada de periodismo, y cuatro de que “el aprendiz” llegara a la casa de Nariño, el balance es totalmente desastroso. Muchos son los aspectos que se pueden enunciar haciendo referencia al caos social y político que se vive en el país. No en vano, el nivel de desahucio de este gobierno fue tanto, que por primera vez en la historia la presidencia fue ganada por la centro izquierda y el uribismo fue derrotado en las urnas después de 20 años de una hegemonía casi total en el ejecutivo.

Este gobierno, que muchos catalogan como el más nefasto de la historia reciente del país – y eso ya es mucho decir, si en la misma balanza están personajes como Pastrana, Gaviria, o Samper – se llenó de contradicciones y fracasos en casi todas los ámbitos importantes para la vida de los y las colombianas. Muchos de los que fueron los pilares del uribismo 20 años atrás se derrumbaron como naipes, la seguridad democrática demostró su verdadera cara de “atrocidad legítima” con las confesiones de militares ante la JEP, el miedo a la izquierda dejó de tener un piso real, y el sustento político de este proyecto se diluyó en la figura de un mandatario sin experiencia, que representa la falta de políticos preparados de la extrema derecha.

En materia de paz, es bien sabido que el gobierno hizo todo lo posible por obstaculizar la implementación del acuerdo con las FARC. Los incumplimientos le negaron la posibilidad a las víctimas de hacer parte del Congreso durante estos cuatro año, y causaron el rearme de un sector de esa guerrilla con intereses muy diversos. Con el ELN el gobierno se desentendió completamente en términos de negociación, y se esforzó por hacer ver a la insurgencia como un grupo de delincuencia común que se acaba a punta de bombazos. La situación de nuestra Organización hoy, demuestra lo anacrónico e improcedente de esta postura.

Frente a las AGC, el gobierno de Duque se autoaduló haciéndose ver como el protagonista de su exterminio. El 23 de octubre del 2021, el mandatario manifestó a viva voz que esta estructura había llegado a su final tras la captura (entrega) de su máximo comandante. Hoy, días antes de terminar el período presidencial, este grupo se muestra fortalecido y desarrolla un plan pistola que golpea la base de la institución policial. Respecto a ello, Duque hace como que no es con él y sale a dar discursos medio ebrio en el que solo balbucea una realidad que solo está en su cabeza. Para rematar, este grupo narcoparamilitar, que tiene una dinámica propia, ya ha manifestado estar interesado en buscar condiciones para su desmovilización, pero una vez que “el aprendiz” ya no sea el presidente.

En este contexto, Ejército y Policía, protagonizaron durante estos cuatros una guerra directa contra el pueblo colombiano. Ante su incapacidad de enfrentarse a otras estructuras militares, las fuerzas armadas se enfocaron en la población civil desarmada que salía a la calle a protestar por la miseria y el hambre a la que era sometida. La respuesta de Duque a la protesta social siempre fue la de la guerra. Siempre más tanques, siempre más armas, siempre más represión y violencia, lo que terminó costando la legitimidad de instituciones ya de por si desprestigiadas por su quehacer; tanto así, que prácticamente ha sido nula la respuesta ante la solicitud de marchas y solidaridad con los policías asesinados recientemente

Según cifras de Indepaz, durante este gobierno fueron asesinados 930 líderes y lideresas sociales, defensores de DDHH y medioambientales, de igual forma, 250 firmantes del acuerdo, y se presentaron 261 masacres entre las que se destaca la cometida por el Ejército el 28 de marzo de 2022, en la vereda Alto Remanso, municipio de Puerto Leguizamo, Putumayo, en donde con la excusa de dar de baja a disidentes de las FARC, fueron asesinadas al menos 11 personas que compartían en un bazar comunal, entre las que se encontraban menores de edad, y en donde según las diferentes versiones de los habitantes, los militares modificaron la escena de los hechos, movieron los cuerpos y hostigaron a la población civil, tal y como ocurría en los años de la seguridad democrática.

Por otra parte, el balance en materia económica también es desastroso y tampoco puede ser maquillado, ni ocultado, ni con todas las editoriales de la Revista Semana de cuatro años. A pesar de los titubeos y tecnicismos del Ministro de Hacienda, es sabido que el gobierno saliente le deja al entrante un déficit de 83 billones, a pesar de que cuando este asumió el poder, el déficit era de 14; además de eso le deja la deuda pública más alta de la historia, una moneda totalmente devaluada, inflación cercana al 9%, pobreza casi del 40%, y un desempleo que marca el 10,6%. Números que sin duda, condicionan el actuar y la ejecución de los programas del nuevo gobierno, y que se reflejan en la realidad y cotidianidad de la gente que cada vez encuentra más elevados los productos básicos para poder subsistir, que tiene que sacrificar una de las tres comidas del día, que no encuentra donde emplearse, que tiene que cerrar sus pequeños negocios, y que no sabe como más hacer para poder sobrevivir.

A pesar de esto, Duque parece vivir en una realidad completamente diferente. El 20 de julio, día de la posesión del nuevo Congreso, el presidente realizó un discurso en el que describía un país irreal, y ante lo cual recibió el abucheo y los gritos de “mentiroso” por una parte del legislativo. Y es que el negacionismo y la construcción paralela de una realidad absurda e inexistente, fueron las constantes del gobierno y su partido durante estos cuatros años. En el Centro Democrático negaron y minimizaron las masivas protestas sociales de los años recientes y sus detonantes. La figura “todopoderosa” de Uribe se la pasó resolviendo líos judiciales e incluso renunció al Congreso con el fin de dilatar su proceso. Otras personalidades de esa colectividad se quedaron sin discurso y atacaron a periodistas que les cuestionaban sus relaciones y negocios. La selección de Darío Acevedo como director del CNMH, fue criticada desde todos los sectores por sus posturas negacionistas, y lo único que hizo fue desprestigiar esta institución. Y Duque ni siquiera asistió a la presentación del informe de la Comisión de la Verdad, que fue uno de los eventos más importantes para las víctimas y el reconocimiento del conflicto en la historia del país.

La construcción de legitimidad fue un problema tan grave para este gobierno uribista, que según el diario El Espectador, Duque gastó alrededor de 45 mil millones de pesos para mejorar su imagen, pagando por publicidad que lo hiciera ver como el líder carismático y conciliador que nunca fue. Lo más grave de esto, además de que son los recursos del pueblo colombiano, es que 21 mil millones de pesos, salieron del Fondo de Programas Especiales para la Paz, en un desvío sin precedentes. El diario señaló que estos recursos fueron empleados para posicionar mensajes en contra de las movilizaciones sociales, salvaguardar la imagen del presidente, y perfilar influencers en razón de sus posturas políticas.

Ahora bien, ante la decadencia del proyecto político uribista, la estrategia de su “aprendiz” ha sido “raspar la olla” lo más posible aprovechando los últimos días de poder, porque no les bastó con los famosos 70mil millones del contrato de MinTic que nunca aparecieron, ni con los recursos dilapidados en la reconstrucción de San Andrés y Providencia, además de otros hechos de corrupción. En los días más recientes, varios medios de comunicación han señalado como el gobierno saliente ha amarrado contratos y favorecido licitaciones que benefician a particulares a pesar del nuevo período presidencial: rápidamente se ha puntualizado el TLC con Emiratos Árabes Unidos, funcional a los intereses de grupos económicos tan poderosos como los Gilinsky; se entregó un contrato por 2,4 billones a tres contratistas entre los que se encuentra “Éticos Serrano Gómez Ltda.” de propiedad de la familia Char, para que durante los próximos tres años sea el proveedor de medicamentos en hospitales públicos, Policía y Ejército, según lo denunció la Wradio; y Daniel Coronell señaló que “el gobierno está dedicado a entregar frenéticamente licitaciones multimillonarias y a comprometer vigencias futuras hasta por ocho años para dejar amarrado al nuevo gobierno”, haciendo referencia a negocios que involucran concesiones mineras y la restauración de ecosistemas.

El fin de 20 años de uribismo y de gobiernos de extrema derecha, en el que políticamente se fortaleció la estrategia contrainsurgente y la doctrina del enemigo interno, y en el que en materia económica se implementaron y profundizaron todas las desdichas del neoliberalismo, se enmarca en la decadencia de sus ideas y en la agudización de todas sus contradicciones y consecuencias. El uribismo gestó su propia semilla de autodestrucción y el pueblo exigió en las calles y eligió en las urnas una propuesta considerablemente diferente. Es común que los cambios de régimen y de los modelos de acumulación vengan acompañados de procesos violentos, en los que la clase dominante se aferra al poder y trata de impedir los cambios imponiendo la mano dura ante su deslegitimidad y la incapacidad de consensuar, y en razón de ello lo vivido los cuatro años recientes en las calles de las principales ciudades del país.

Retomando el artículo referenciado al inicio, la Revista Semana señaló: “La llegada de Duque al poder fue en cierta forma un accidente histórico. Pero eso no significa necesariamente que sea malo”. No se imaginaba el autor de aquel artículo que, tres años después, el pueblo colombiano se cansaría irreversiblemente de aquello que no necesariamente era malo, y le pusiera, finalmente, un cierre a la época uribista.


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