
Por: Orlando Cienfuegos, corresponsal de Antorcha.
Las ciudades de Colombia viven, una vez más, el viejo libreto del Estado armado contra su propio pueblo. Mientras el gobierno de Gustavo Petro insiste en la llamada “Paz Total”, los hechos recientes en ciudades como Medellín, Cali y Montería, así como en el Catatumbo, muestran otra cara de la moneda: el despliegue de tropas, la militarización de las calles y la perpetuación de una doctrina que ve en la sociedad el “enemigo interno”. No se trata de una política nueva, sino de la continuidad de una estrategia impuesta desde Estados Unidos y aplicada por todos los gobiernos colombianos del siglo XX.
Medellín, Cali y Montería: la militarización es la verdadera amenaza
Las noticias lo confirman: en Medellín, tras el atentado contra una torre de energía, la ciudad fue “blindada” con fuerzas especiales, drones y militares, que sumados son mas de 480 unidades. En Cali, el alcalde Alejandro Eder ordenó la militarización de la capital del Valle después del ataque contra la base militar Marco Fidel Suárez. Montería no se quedó atrás: las tres entradas de la ciudad fueron militarizadas bajo orden del ejecutivo. Y en el Catatumbo, el propio Gustavo Petro anunció el envío de 25.000 hombres del Ejército a la zona de frontera.
Estas medidas no son hechos aislados: forman parte de una línea histórica de gobiernos que han optado por la represión antes que por la justicia social. Desde el Estatuto de Seguridad de Turbay en los años 70, pasando por los estados de excepción de los 90, la militarización de Santos en 2013 contra el paro agrario, hasta el despliegue represivo de Duque en 2021 frente al estallido social, el patrón es el mismo: responder con fusiles a los conflictos sociales y demandas de cambio.
Más armas, más miedo: la contradicción de la Paz Total
El discurso oficial habla de supuesta «protección y seguridad», pero la práctica demuestra otra cosa: control, miedo y represión. La militarización nunca ha resuelto los problemas de fondo. Por el contrario, los agrava. El Catatumbo es el mejor ejemplo: tras años de represión militar del Estado, la región sigue sumida en la violencia, los desplazamientos y terror, mientras el Estado mismo es incapaz de garantizar educación, salud o trabajo digno a sus habitantes.
Paradójicamente, mientras el ELN reitera su disposición a retomar la mesa de negociaciones, el gobierno responde con más tropas y helicópteros. ¿De qué sirve hablar de “Paz Total” si la respuesta sistemática es el refuerzo de la guerra? Colombia se autobloquea: cierra la puerta al diálogo y alimenta el círculo de violencia, donde la insurgencia se enraíza en el territorio gracias a la agudización de las causas históricas del alzamiento armado, es decir, desigualdad, pobreza, violencia política, iniquidad en la tenencia de la tierra, falta de trabajo digno,etc.
La lógica del enemigo interno –esa doctrina militar enseñada y financiada por Estados Unidos durante la Guerra Fría– sigue viva. Bajo esta visión, todo joven en un barrio popular, toda comunidad en resistencia, todo campesino que reclame tierra, puede ser tratado como una amenaza. Así, se consolida un Estado que vigila y reprime en lugar de escuchar y transformar.
El camino verdadero no es llenar las calles de soldados
La militarización que hoy se extiende en Colombia demuestra que el «cambio» prometido por Petro sigue atado a los viejos moldes. No se trata de negar la violencia y los problemas de seguridad, sino de señalar que la vía militar no resuelto nada, no ha traído paz ni justicia social en más de medio siglo de conflicto social y armado.
El camino verdadero no es llenar las calles de soldados, sino vaciar los bolsillos de los corruptos y poner la riqueza del país al servicio de la mayoría. No es desplegar batallones en el Catatumbo, sino garantizar que los niños tengan escuelas, que los campesinos tengan tierra, que los trabajadores tengan empleo digno y que la juventud tenga futuro. La paz no se consigue con fusiles ni drones: se construye con oportunidades, igualdad, democracia y dignidad para el pueblo.
Si el gobierno de Petro quiere ser distinto a sus predecesores, debe romper con la doctrina del enemigo interno y escuchar lo que la sociedad clama desde hace décadas: menos represión y más dialogo, que devenga en transformaciones estructurales y justicia social. Solo así será posible una paz verdadera para nuestra amada Colombia.