
Por: Orlando Cienfuegos, corresponsal de Antorcha.
Durante la última semana, Colombia volvió a ser escenario de dignidad y lucha. Miles de voces se alzaron en distintas regiones del país para denunciar el genocidio que el ente sionista de Israel comete contra el pueblo palestino, así como para exigir el fin del silencio cómplice de los gobiernos que, bajo el disfraz de la “diplomacia”, protegen los intereses imperialistas. En Bogotá, la jornada más contundente se vivió frente a la embajada de Estados Unidos, símbolo del poder extranjero que sostiene la maquinaria de guerra israelí. Allí, el pueblo se encontró cara a cara con las fuerzas represivas del Estado colombiano, guardianas del orden burgués y defensoras de los verdugos del mundo.
Mientras los medios masivos de desinformación corrieron a repetir el libreto de siempre —“vándalos”, “terroristas”, “guerrilleros”—, la verdad ardía en las calles. No son delincuentes los que se movilizaron, sino hijos e hijas del pueblo, indignados por el horror en Gaza y por la hipocresía de quienes hablan de “derechos humanos” mientras financian masacres. Frente a la embajada gringa, comunidades indígenas, estudiantes y trabajadores denunciaron el papel cómplice del imperialismo yankee en la ocupación de Palestina y en las agresiones contra los pueblos de Nuestra América. La respuesta del Estado colombiano fue el garrote: gases, balas de goma y el típico discurso de criminalización que busca callar las verdaderas razones.
Los hechos, tergiversados por la prensa al servicio de los ricos, fueron presentados como una “agresión” a la embajada. Sin embargo, ¿quién agrede a quién? ¿Es más violento un joven lanzando una piedra contra la sede del poder imperial, o un Estado que lanza misiles sobre niños palestinos? Los mismos medios que lloran por una pared rayada guardan silencio ante los miles de cuerpos bajo los escombros en Gaza. Hablan de “violencia” popular, pero callan frente al terrorismo de Estado que sostiene al sionismo. Como reza la consigna popular que resonó en las calles de Bogotá: «la acción violenta no es toda igual, es justa la del pueblo buscando libertad».
Lo ocurrido ante la embajada de Estados Unidos es reflejo de una verdad que la oligarquía teme reconocer: el pueblo colombiano ya no se traga sus mentiras. Ni el discurso de “seguridad” ni la amenaza de represión logran ocultar que quienes se levantan en solidaridad con Palestina también están denunciando la violencia estructural que viven a diario en sus territorios: despojo, hambre, represión y muerte. La lucha del pueblo palestino se hermana con la resistencia colombiana, porque ambas enfrentan a un mismo enemigo: el capitalismo imperialista que devora la vida y la tierra.
Estas jornadas no fueron un hecho aislado, sino un acto de conciencia colectiva. Frente al silencio cómplice del poder, el pueblo habló con la fuerza de la digna rabia. Y aunque los medios intenten convertir la dignidad en delito, la historia sabrá poner las cosas en su lugar: terrorista es el sionismo Israelí; violento, el imperio que lo financia. Legítima es la resistencia de los pueblos que luchan por la vida, por la soberanía y por la liberación de Palestina y del mundo.

 
                                     
                                    