
Por: Lenin Santos, corresponsal de Antorcha.
Una vez más, Colombia amanece con la noticia de un feminicidio. En Bucaramanga, Cindy Vanessa Sánchez Rodríguez una mujer de 32 años fue asesinada brutalmente por su pareja, un hombre que ya tenía antecedentes por violencia intrafamiliar. La apuñaló, le quitó la vida y con ella, un pedazo de humanidad a este país. El agresor fue capturado, pero eso no devuelve la vida que arrancó, ni apaga la rabia ni el dolor que dejan estos crímenes que parecen repetirse sin fin. Lo que ocurrió en Bucaramanga no fue un simple “caso de violencia intrafamiliar” como dicen los noticieros, fue un feminicidio, resultado directo de un sistema patriarcal y capitalista que hace de la mujer una propiedad, una mercancía, un objeto al servicio del poder masculino.
En Colombia, las cifras son escalofriantes: Cada dos días, una mujer es asesinada por su pareja o expareja. Y mientras las autoridades dan declaraciones de rutina y anuncian “investigaciones”, las mujeres siguen cayendo bajo las mismas manos machistas, en los mismos hogares donde deberían sentirse seguras. No hay política pública capaz de frenar lo que no se quiere reconocer como lo que realmente es: una guerra silenciosa contra las mujeres, una violencia estructural sostenida por siglos de dominación y desigualdad. El Estado, que debería protegerlas, se convierte en cómplice cuando calla, cuando no educa, cuando juzga con benevolencia a los agresores, cuando revictimiza a las familias y permite que la impunidad se imponga sobre la justicia. En este sentido, la Fundación Mujer y Futuro señala que “La muerte de Cindy es cruel y evitable; nos llena de dolor e indignación”, además denunció la falta de diligencia estatal para atender las alertas y proteger a las víctimas. El pronunciamiento también subraya que, tras cada feminicidio, existen señales ignoradas y violencias que pudieron prevenirse.
Este crimen, como tantos otros, no nace del vacío, tiene raíces profundas en una cultura que enseña a los hombres a dominar y a las mujeres a soportar. En un sistema que mide el valor de las personas según su utilidad y su obediencia, en una economía que hace del cuerpo femenino un campo de explotación y consumo. Y mientras tanto, la violencia patriarcal se normaliza en: la publicidad, en las iglesias, en los medios de comunicación, en las familias. Se le da otro nombre, se disfraza, se justifica. Así, el feminicidio no aparece de repente, es la consecuencia lógica de una sociedad enferma de desigualdad.
Detrás de cada asesinato hay una historia truncada, una madre, una trabajadora, una soñadora. Detrás de cada nombre, un grito que no fue escuchado, y es precisamente ahí donde la lucha feminista se vuelve una bandera que no pertenece solo a las mujeres, sino a toda la humanidad consciente. Defender la vida de las mujeres es defender el derecho a existir en libertad, sin miedo, sin cadenas. No se trata solo de una “causa de género”, sino de una batalla por la dignidad del pueblo.
El feminicidio de Bucaramanga nos interpela como sociedad, nos exige romper el silencio cómplice que protege al agresor y nos llama a transformar desde las raíces el orden injusto que lo produce. Porque la revolución que soñamos no será tal si no empezamos por liberar la mujer del yugo patriarcal. No habrá socialismo verdadero con cuerpos oprimidos ni con vidas truncadas por el machismo. Que el dolor de esta mujer no quede en el olvido, que su muerte sea semilla de conciencia, que el pueblo colombiano comprenda de una vez que proteger la vida de las mujeres es proteger la vida de todos, y que una sociedad machista, es una sociedad condenada a morir en su propia indiferencia. «La revolución será con ellas o no será»
