Estudiar es una tarea histórica que ha sido centralizada en las instituciones, desde ellas subyugada a la obligación y no a la convicción. El primer acto de rebeldía consiste en amar una de las armas de liberación que da el estudio: la conciencia.
La década de 1970 fue un impulso importante para las distintas expresiones de movilización en los sectores de la sociedad. La insurgencia en Colombia se encontraba en un punto de ebullición y consolidación que logró construir la base de las fortalezas con las que hoy cuenta. Como Organización se acercaban momentos de profundo aprendizaje y muchos ajustes, en un proceso de ensayo y error que en un contexto de guerra se pueden suceder y que cuestan mucho más de lo que humanamente se puede calcular.
Entre estos sucesos y algunos sectores, se construyeron distintos focos movilizadores en las universidades colombianas, como puntos de comunicación y enlace con el mundo se daban los estallidos de descontento social fundamentados en las terribles condiciones propias, pero también en la solidaridad internacional con enfoque de liberación y rechazo hacia la invasión vietnamita impulsada por el enemigo del norte.
Días de nuevas expresiones de inconformidad que tomaron forma de organización a través de propuestas concretas para el interés popular: una vida con condiciones para vivirla. Las y los universitarios asumieron la responsabilidad de estar al frente de tareas que la revolución requirió, no porque fuesen iluminados, sino porque contaban con herramientas que ahora debian ver cómo ampliar. Esto significó estar al servicio del pueblo y sus necesidades, siendo parte del mismo; ser sujeto de transformación, disponiéndose como herramienta para la misma. Retos importantes como asumir el deber desde la visión culturalmente construida de la responsabilidad académica e histórica. Generaciones del sector estudiantil que cumplieron muchas tareas y asumieron los compromisos, con traspiés y errores como se requiere. Sin embargo, habrá que resaltar el gran acierto para lograr encajar las piezas del momento y el qué hacer.
Desde una mirada más actual, dando un salto temporal de golpe. En la mente del estudiante se guarda esta época dorada previamente a la época del 2011. Durante los primeros años de esta segunda decada del nuevo milienio, muchas personas de las Universidades e instituciones de educación generaron formas distintas de movilización con un profundo deseo por ganarse el amor y respaldo de la sociedad. Las generaciones habían cambiado y la violencia también se había diversificado. El enemigo no iba a lanzar su bofetada nunca más delante del inocente que tuviera herramientas, porque éste la sentiría en su mejilla. Ahora ejercerá su violencia dentro de un cuarto, en la casa, donde lo privado se relaciona con lo personal y eso es asunto de cada quien, donde lo colectivo será impedido y no podrá jugar con las mismas reglas.
Las expectativas que el “alma máter” intenta saldar, se pasean entre peticiones del sector empresarial, la obligación para un estatus académico que le dé autoridad científica y las expectativas de las familias que envían a sus hijos a estudiar en ellas; estas últimas, muy relacionadas con las dos primeras. Como ejemplo hoy de ello, el Ser Pilo Paga en el marco del Acuerdo por lo Superior no es sino una mutación de lo mismo.
La tarea del estudiante dentro de las Universidades sin embargo, es distinta. Hoy habrá que aspirar a ese amor del pueblo bajo las condiciones que el pueblo dé, buscando mejorarlas. Hay herramientas que el enemigo ha aprovechado históricamente: la institucionalidad, la creación de una cultura, el lenguaje de los amigos y amigas, la comunicación cercana pero seria, entre otras cosas.
“Todo lo que diga podrá ser usado en su contra” será la frase que mejor describirá el accionar del estudiantado rebelde que de forma astuta use las herramientas del enemigo, que apaciguó la llama de un ser importante para el cambio. La solidaridad y la calle en la que ese estudiante jugaba en infancia, serán claves, el barrio y el respeto por su historia reactivarán el descontento y la movilización. El estudiante tendrá que ser nuevamente sujeto de esa historia de movilización, transformación y rebeldía.
Quedará claro que volveremos a donde crecimos. Que es por nuestros vecinos y vecinas, las abuelas, los niños y niñas, nuestras madres y padres por quienes vamos a la Universidad. No es una frase de cajón aquella que habla sobre la solidaridad; nos destacamos por tocar las fibras más internas de nuestros seres. Nos atan lazos de cordialidad, de compañerismo, de celebraciones y son estos en los focos de crianza y vivencia los que le recordarán al estudiante universitario por qué es importante ser crítico y revolucionario, llevando al sostenimiento de una Universidad que se conserve pública, crítica y abierta a esas personas, a esas familias de nuestros barrios que necesitan de nuestras Universidades por más generaciones, y a quienes por supuesto tenemos el deber de garantizarlas.
Aura Montoya