Por Jhon Jairo Pérez
Ranpal.org
«Aun el peor socialismo es preferible antes que el mejor capitalismo»
György Lukács*
Más de un mes de Paro popular en las calles, carreteras y pueblos de Colombia. Sectores sociales diversos en una confluencia común: los incumplimientos y la violencia del gobierno y el Estado, además de los efectos perversos del neoliberalismo.
No voy a mencionar aquí el protagonismo de la juventud que es evidente y el cual me alegra de manera especial, tampoco las múltiples hipótesis de la seudo prensa burguesa o incluso de sectores progresistas, sobre los detonantes y promotores del levantamiento. Me parece que hay que ir hasta donde nace el cauce del río y no pintar la tempestad en la desembocadura del mar.
Ganar el conflicto y no perder la paz
Si bien la historia del régimen en el poder registra un amplio catálogo de incumplimientos desde el siglo XIX los desenlaces de la respuesta gubernamental a las exigencias y luchas de las mayorías en el siglo anterior y las dos décadas de este siglo, rebosaron el estanque de las causas que han motivado esta protesta popular.
La élite oligárquica heredó del neofascismo anglosajón no solo la trampas en las prácticas políticas, sino que aprendió muy bien la combinación de todas las formas de evadir los compromisos firmados con trabajadores sindicalizados, campesinos, transportistas, movimientos cívicos, estudiantes, indígenas, afrodescendientes y guerrillas. Y eso se hizo política de Estado y costumbre gubernamental con la asesoría y financiamiento multinacional. Pero además, ésta o éstas élites, encontraron en la Constitución de 1991 una oportuna y ágil herramienta para excusar su responsabilidad. Pues la iniciativa privada y el mercado fueron quienes marcaron las relaciones productivas y sociales que se vendieron como la panacea para llenar de «desarrollo y progreso» al país, a la luz del racero que impusieron los gobiernos corporativos de EEUU y Europa.
El Estado y gobierno no podía comprometerse en nada «que lastimara los compromisos con los sectores productivos, financieros, inversionistas, etc», porque eso causaría el colapso económico y el derrumbe del país. Lo cual quería y quiere decir, porque es el mismo cuento que se sigue esgrimiendo hoy en día, que el Estado no le puede incumplir al empresariado, a los terratenientes, banqueros, multinacionales, al FMI, al BM y otros. Esto reafirma que hay una doble condición en la élite: se asumen como políticos desde las entidades oficiales y se hacen llamar funcionarios públicos o estales, y desde la gran propiedad contraen representatividad financiera, comercial o empresarial y son ahora inversionistas o capitalistas. Pero por otro lado, los trabajadores(as), las mayorías, la gente del común, no somos merecedores de cumplimiento porque no somos grandes propietarios o sus socios banqueros. Es aquí que se configura lo que Marx decía del Estado Capitalista: «Comité que administra los negocios comunes de toda la burguesía».**
Estado como escenario delincuencial
Pero más allá del carácter clasista de esta realidad, se ha solidificado un escenario delincuencial que con la interpretación de algunos leguleyos terminaron relativizando el papel de las instituciones oficiales tomándolas en alianza con el narcoparamilitarismo para acrecentar su poder y riqueza personal, familiar o cartel seudoempresarial.
De modo que las herramientas del Estado en manos de esta peligrosa práctica ha hecho de los derechos y de la sociedad un campo de apropiación violenta y de despojo que eufemísticamente le llaman mercado. Exacerbado por la Pandemia del Covid 19 y embadurnado con la propaganda de unos medios de (in)comunicación preocupados más por el negocio que por el verdadero periodismo. Y claro que pasa en muchos países, incluyendo a EEUU, Inglaterra, España o Chile, cada cual con sus particularidades; pero en el caso colombiano se agudiza con el narcotráfico y con una clase oligárquica sin moralidad social y sin principios patrióticos.
Neoliberalismo y deuda externa
Por eso las respuestas a las exigencias y expectativas de las generaciones presentes en este paro y en los anteriores, no caben en las posibilidades de esta caterva de funcionarios mal llamados «públicos». Para ellos es imposible replantear los monopolios del mercado (falso lo del libre mercado)***, los pagos o mejor las extorsiones de la deuda externa con el BM, FM y bancos privados. Para esta élite, varios de los cuales son jóvenes de edad pero con los mismos vicios, mañas y trampas de sus padres y abuelos, Colombia es la finca de los multimillonarios anglosajones y ellos sus caporales; entonces la violencia y la guerra son la mejor forma de controlar la peonada. Asi que el presupuesto para sus mercenarios, sicarios y torturadores no puede eliminarse. Entre otras cosas, porque alrededor de la guerra hay contratistas, empresarios e inversionistas, muchos de los cuales son sus familiares y socios.
De modo que el Paro tiene que pensarse más allá del diálogo con el régimen, pues por los acuerdos anteriores y por lo que antes hemos dicho aquí, cualquiera que sea el resultado de la agenda no la van a cumplir. Máxime cuando este gobierno desconoce lo acordado en la Habana como Estado. Pero una negociación bien definida (en lo técnico y político) sí puede ser un momento para afianzar y fortalecer el sendero hacia un nuevo Contrato social que posibilite otra estructura Estatal y nuevas prácticas y protagonistas políticos. La juventud y el cambió llegó para quedarse. Ni un paso atrás y que brille el horizonte revolucionario.
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Notas
* György Lukács, Lenin, coherencia de su pensamiento/1924/Rosa Blindada, Argentina
** Ariel Eidelman, El joven Marx y el debate del Estado moderno, 1842-1848. Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
*** Boron, Atilio A. Socialismo siglo XXI/¿hay vida después del neoliberalismo? Editorial luxemburg, 2008, Buenos Aires