Transición energética en el capitalismo
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Antonio García, Primer Comandante del ELN

Los gobiernos del mundo se preparan para otra ronda de aplausos y promesas vacías en la COP 30. Las cifras reales, siempre una verdad incómoda, dicen que las emisiones globales de carbono alcanzaron un récord histórico de 37.400 millones de toneladas en 2024. Una confesión matemática de que el sistema capitalista es estructuralmente incompatible con la supervivencia planetaria.

Las inversiones en energías renovables tocaron los 1,8 billones de dólares, los subsidios a combustibles fósiles se mantuvieron en 7 billones. Esta disparidad no es error de cálculo, es la evidencia del diseño de un sistema que necesita mantener la apariencia de preocupación ambiental, mientras perpetúa las mismas dinámicas extractivas que nos trajeron hasta aquí.

Brasil arrasa la Amazonía para sembrar transgénicos que alimentará ganado europeo. Y aunque el actual gobierno de Lula se esfuerce por disminuir los agroquímicos, por otro lado, pretende legalizar la extracción de petróleo en el corazón de la selva.

Colombia y Perú expanden la minería de oro y otros metales para satisfacer la demanda de tecnología «limpia». Chile explota el litio para las baterías que supuestamente salvarán el planeta. Y todo esto mientras los mismos países que saquearon nuestros recursos durante siglos, ahora nos dan lecciones sobre responsabilidad climática.

La paradoja es obscena, al necesitar los dólares de la extracción para pagar la Deuda Externa que nos impusieron los mismos países que ahora exigen, que dejemos de contaminar. Se hace un círculo perfecto de dependencia, porque nos endeudan, nos obligan a extraer para pagar, y luego nos culpan por las consecuencias ambientales.

Los datos regionales de la última década revelan la geografía real del poder: África aumentó sus emisiones 25 por ciento, Oriente Medio 15 por ciento, Asia-Pacífico 9 por ciento, y Sudamérica 9.3 por ciento. Mientras tanto, Europa logró reducir las suyas en 3.8 por ciento y Estados Unidos en 1.4 por ciento. La trampa está en que Europa y Estados Unidos ya consumieron siglos de carbón y petróleo para desarrollarse, y ahora que necesitan mantener su nivel de vida, simplemente exportan la contaminación al Sur Global.

China aumentó sus emisiones apenas 0.2 por ciento, mientras India creció 4.6 por ciento. Pero nadie menciona que China produce la mayoría de paneles solares del mundo, o que India tiene una huella de carbono per cápita, que es una fracción de la estadounidense o europea. El problema no es quién contamina más hoy, sino quién se benefició históricamente de contaminar y quién paga hoy las consecuencias.

Las Conferencias de las Partes (COP) son el teatro para la hipocresía. Veintinueve ediciones de discursos, compromisos y metas que nunca se cumplen. La COP 30 en Brasil será más de lo mismo, una reunión de gobiernos que representan al mismo sistema que causó la crisis, fingiendo buscar soluciones mientras protegen los intereses que los financian.

¿Quién controla realmente estas reuniones? Las mismas corporaciones que durante décadas negaron el cambio climático. Petroleras, mineras, agroquímicas y financieras que ahora se presentan como «indispensables» para la transición energética. Es como pedirle al lobo que diseñe la seguridad del gallinero.

El Norte Global es el responsable histórico del 50 por ciento de las emisiones acumuladas. Estados Unidos, que se retiró del Protocolo de Kioto y del Acuerdo de París, ahora predica sobre responsabilidad climática. Europa, que desforestó sus bosques hace siglos y contaminó sus ríos durante la revolución industrial, ahora exige que el Sur preserve sus ecosistemas, pero bajo sus lógicas extractivas.

El capitalismo requiere crecimiento infinito en un planeta finito. Todas las tecnologías «limpias» siguen dependiendo de la extracción masiva de minerales, el consumo energético industrial y la generación de residuos. Los paneles solares necesitan silicio, plata y tierras raras. Los vehículos eléctricos requieren litio, cobalto y níquel. Las turbinas eólicas demandan acero, cobre y materiales compuestos.

El resultado es que la «transición energética» no reduce la presión extractiva sobre el Sur Global, sino que la diversifica y la intensifica. Ahora necesitamos más minas, más deforestación, más contaminación, pero con el sello verde de la «sostenibilidad». Es el mismo saqueo de siempre, pero con mejor marketing.

El planeta no necesita más capitalismo verde. Necesita menos capitalismo y sin rodeos.


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