Por: Benjamín Velasco
Las ciudades en Colombia no escapan a las lógicas conflictivas de las grandes urbes en el mundo, por el crecimiento urbano acelerado, conflictos ambientales, despojo de territorios, dinámicas de violencia, entre otros; modelo fracasado que debe ser repensado y reformulado.
En Colombia, más del 80 por ciento de la población vive en las ciudades oprimidos por una lógica que margina y excluye a los sectores empobrecidos. Dificultades para acceder a la vivienda y a los servicios públicos, deficientes sistemas integrados de transporte, veloz urbanización de los espacios verdes, entre otros fenómenos, dan cuenta de la perdida de la dimensión humana en los territorios urbanos.
La violencia en las ciudades hace referencia a las urbes como generadoras de esos procesos, debido al modo de producción del espacio urbano y sus consecuencias sociales, físicas y culturales. Existen formas de violencia ocultadas, como la gentrificación, el despojo, la segregación, la especulación inmobiliaria, la falta de políticas sociales para la juventud, etc., acciones y hechos generadores de violencia, normalizados, ocultados y relegados.
La lógica privatizadora y el desarrollo de una arquitectura urbana diseñada bajo la visión del miedo, la inseguridad y la vigilancia, han modificado drásticamente las formas en las que los pobladores se relacionan con la ciudad, el modo de percibir la cotidianidad y de pensar y hacer la ciudad. Así mismo, dicha visión ha multiplicado los mecanismos de control, que no son más que la reproducción de la corrupción institucional, el ascenso de la criminalidad, el crecimiento de la seguridad privada y la militarización de las ciudades.
Los espacios vigilados, las cámaras de vídeo, las tarjetas de acceso, los vigilantes privados son muestra de la arquitectura del miedo y del discurso de la inseguridad con el que se construyen las ciudades. La violencia en las ciudades es omnipresente y sigue siendo abordada de manera insuficiente y represiva, aun cuando sus manifestaciones representan una ruptura de los vínculos sociales y personales, re-estructura hábitos familiares, estratifica territorios, cristaliza fronteras y profundiza los históricos conflictos de clase.
En su raíz está la forma de apropiación y producción del espacio del capitalismo, que genera una urbanización cada vez más caótica y agresiva, de crecimiento exponencial de la conflictividad y de las contradicciones, que se potencian ante la densidad de la ciudad y la creciente degradación y hostilidad de la vida cotidiana. Esta veloz urbanización del sistema capitalista está alterando radicalmente las ciudades y las formas de vivirla.
Las ciudades en Colombia se han transformado en un lugar de luchas y disputas, y la lucha por el derecho a la ciudad articula los procesos de resistencia urbana en oposición al modelo de marginalidad, exclusión y recrudecimiento de la violencia.
Ante este modelo de ciudad imperante, repensar la política urbana implica entonces imaginar cómo reapropiar los sitios urbanos para la vida comunitaria, derribar muros, recuperar el barrio, el parque, la calle y crear nuevos espacios, donde los pobladores puedan reconocerse y planificar su territorio.
Hay que reconocer que la especulación con la finca raíz se origina en el volteo de tierras a manos de las empresas de urbanización «piratas» engañando y robando los sueños del obrero y campesino desplazado, con el visto bueno de un estado enceguesido y comprado por los millones robados al pueblo.