“Alguien dijo saber que el cólera estaba haciendo estragos en la Ciénaga Grande. El doctor Urbino, mientras hablaba, no dejó de mirar por el catalejo. -Pues debe ser una modalidad muy especial del cólera -dijo-, porque cada muerto tiene su tiro de gracia en la nuca”.
El amor en los tiempos del cólera, Gabriel García Márquez.
El momento actual debate su caracterización entre lo trágico y lo crítico. Si bien estas dos palabras pueden ir en una misma frase y complementarse, aquí conllevan resultados bastante diferentes. Mientras la tragedia es una situación sin salida, con un final fatal a pesar de los esfuerzos por contenerlo o transformarlo, la crisis en realidad son los síntomas de una situación en la que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. La diferencia reside en la esperanza.
La abrumadora cantidad de noticias que se suman a la ya difícil situación de la pandemia —el asesinato de líderes y lideresas sociales, de campesinos cultivadores de hoja de coca, de jóvenes pobres, de mujeres simplemente por ser mujeres, los escándalos de corrupción en el marco de la pandemia por Covid-19, del Ejército, de la Fiscalía, las pruebas que se suman a develar el vínculo entre la clase política tradicional y el narcotráfico paramilitar— nos haría creer que estamos viviendo una verdadera tragedia, que nuestros esfuerzos por derrocar las injusticias están destinados a fracasar, porque nos callan y detienen con la muerte.
No obstante, y aunque la realidad colombiana no deje mucho margen para la crisis —porque está constante convulsionada—, este momento en que lo viejo comienza a morir y lo nuevo a nacer, coincide con una crisis económica mundial y con un alza de la movilización social frenada, únicamente, por el “aislamiento social obligatorio”. Parece claro, entonces, que el orden social actual tiene que ser reemplazado por uno nuevo, pues ya no le es posible mantenerse en pie. Lo que queda aún por definirse es cuál será ese nuevo orden social, si lo construiremos los y las históricamente oprimidas o si nos lo dejaremos arrebatar nuevamente por las clases dominantes.
Los autoproclamados gobiernos alternativos recientemente posesionados en algunas ciudades de Colombia, han utilizado la pandemia como la excusa perfecta para instaurar una característica de ese nuevo orden social: el control de la vida al que tanto le temían aquellos que defendían la libertad que solo el capitalismo podía garantizar. Al estilo de 1984 (la novela de George Orwell), están materializando lo que entre chistes se clama en las redes sociales a nivel mundial: un orden totalitario y autoritario, en el que vigilan nuestros movimientos y supervisan hasta nuestros deseos más profundos.
El ejemplo por excelencia es el gobierno de Daniel Quintero, que ha obligado a los y las trabajadoras a registrar sus datos y hasta sus movimientos en la plataforma Medellín Me Cuida para poder salir a trabajar, estando detrás el lucro que actualmente traen los datos de la gente. Pero no se queda ahí, ahora el autoritarismo es legitimado, se aplaude la represión contra aquellas personas que salen de sus casas a rebuscarse el día o a exigir que el gobierno garantice la vida y no los intereses de unos pocos, y siguiendo una lógica bastante paradójica, aplauden las aglomeraciones para salir a beneficiar a las grandes empresas cobrando 19% más en los días sin IVA.
Claro, los gobiernos pueden ser determinantes en el manejo de la pandemia para asegurar la vida digna de las personas, pero no son ni serán el factor definitivo. Podemos cambiar el gobierno, probar con los supuestos sectores alternativos, hablar de políticas públicas, pero la raíz del problema, de que la economía esté por encima de la vida, es el sistema político y económico en el que vivimos. El capitalismo se basa en unas premisas completamente contradictorias con la vida digna para todos y todas, y una de ellas son las crisis cíclicas de la economía que afectan a las personas más pobres alrededor del mundo.
La actual pandemia llega para rematar un sistema que está moribundo desde hace años, desmontando con eso todo lo que nos quisieron imponer para revivir el capitalismo después de las crisis mundiales de 1973 y de 2007. Se dice que las formas de salir de una crisis contienen en sí mismas las raíces de la siguiente crisis, pues bien, el neoliberalismo —una fase del capitalismo— fue la respuesta a la crisis de 1973 y comenzaron a prevalecer los sectores financiero y de servicios, y a desregularse los sistemas que garantizaban los derechos básicos de la gente. En Colombia esto se tradujo en el desmonte del sistema de salud, la privatización de la educación, la flexibilización laboral. Después de 2007, cuando estalla la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos y la economía mundial cae, la realidad es que, a pesar del intento de recuperación, el crecimiento económico de la mayoría de países industrializados —los países emergentes son la excepción, siendo China quien salva el capitalismo— no vuelve a alcanzar el crecimiento de épocas pasadas y menos de las épocas anteriores al neoliberalismo.
Con este panorama y después de que el mismísimo Fondo Monetario Internacional afirmara en el 2019 que la economía mundial está en una desaceleración sincronizada, el 2020 abre con un golpe bastante fuerte a la incapacidad del sistema actual de seguir expandiéndose, justamente por la desregulación que impuso el neoliberalismo. La globalización y el outsourcing, es decir, la tercerización de procesos laborales a países con mano de obra barata, le han jugado en contra al neoliberalismo y han frenado los circuitos económicos a nivel mundial, pues la interconexión entre países y las medidas tomadas para intentar controlar la pandemia, han configurado una crisis completamente diferente a las que se han formado en la historia del capitalismo: una crisis de la producción. No es simplemente generar más crédito para que la gente compre incluso estando desempleada, ni generar gasto público para aumentar la demanda, es que la gran producción se ha paralizado: las empresas de automóviles, de maquinaria, de tecnología, etc.
Esta nueva crisis, entonces, nos ha puesto en jaque y ha demostrado que la negación de los derechos para que se salve quien pueda no es viable humanamente. Por un lado, la privatización de la salud y el funcionamiento de las EPS ha evidenciado la inoperancia incluso para los más ricos, pues si bien los pobres son los que se mueren afuera de los hospitales, ellos también se ven afectados por el contagio que se expande desde los sectores más vulnerables. La privatización de las universidades públicas ha mostrado lo excluyente que resulta aún más cuando la educación depende del dinero para pagar matrícula, internet y computador, que gran parte del estudiantado no tiene y que ahora exige matrícula cero. La precarización laboral, mientras deja a muchas personas sin empleo, le impide a otras subsistir de las ventas informales y ambulantes, y ha privilegiado a las otras que pueden trabajar desde sus casas, sin mencionar las condiciones laborales en las que se encuentra el personal médico.
Es un golpe de frente al neoliberalismo y todo lo que nos ha impuesto, a los créditos que nos siguen ofreciendo sin tener capacidad de pago, a la lógica de ser tu propio jefe, al consumismo, a la privatización de los derechos. Se está desmoronando este sistema y las medidas que están tomando los gobiernos locales y nacionales para normalizar pretenden esconder el momento histórico que estamos atravesando. En nuestras manos está transformarlo a nuestro favor para materializar un orden social realmente humanista, donde la vida digna de todas las personas sea el centro, en contraposición al sistema que nos quieren imponer ahora: una nueva fase del capitalismo totalitario.