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Por: Jorge Hernández

El siglo XXI parece avanzar con vientos de cambio, se abren perspectivas para visualizar nuevos horizontes, lo cual no significa bienestar y logros inmediatos para la población explotada y oprimida en el mundo, ya que nunca podemos olvidar que hasta el día de hoy la historia nos ha demostrado que los cambios en la sociedad sólo serán fruto de grandes batallas, del desenlace de la lucha de clases, lucha que en ocasiones puede desarrollarse de manera soterrada pero que emerge con gran fuerza en determinados momentos históricos, que podríamos llamar coyunturas de largo plazo, crisis sistémicas y que pueden abrir paso a nuevos periodos en la historia de la humanidad.

Pero los cambios sociales jamás pueden entenderse como un obvio desarrollo de la sociedad, sino que son producto de nuestra organización como pueblos y del avance de nuestras luchas contra el imperialismo y las oligarquías «nacionales».

En el ámbito mundial podemos atrevernos a decir que continua la tendencia de perdida de dominio y hegemonía internacional de la potencia imperialista estadounidense, que ha encontrado en Rusia y China a fuertes oponentes en las esferas económica, militar y tecnológica. La disputa entre estas potencias mundiales pareciera estar abriendo paso a un nuevo momento que permita superar el unilateralismo y avanzar hacia un mundo multipolar, lo cual habremos de poder comprobar durante esta década que con seguridad estará cargada de fuertes disputas en Europa Oriental, en Asia, y en América Latina, tal como ya viene sucediendo y que lo más posible es que tenderá a agudizarse.

Aunque la discusión sobre un mundo multipolar pasa principalmente por la disputa entre Estados Unidos y sus aliados, Rusia y China, no podemos quedarnos con la mirada hegemónica, y es por ello que debemos reconocer lo que sucede en el sur global, y más precisamente en Nuestra América.

Latinoamérica transita por importantes cambios, avanzando en la lucha contra el neoliberalismo, los pueblos latinoamericanos hemos mantenido la resistencia y en términos generales puede decirse que avanzamos con logros concretos. Luego de la llamada primera oleada de gobiernos progresistas que incluyó a Venezuela, Brasil, Bolivia, Uruguay, Ecuador, Argentina, Honduras, que se sumaron a los gobiernos de Cuba y Nicaragua, estos gobiernos se opusieron hasta cierto punto a las imposiciones de los Estados Unidos y abrieron puertas a cambios, no estructurales pero si de ejercicio soberano, de redistribución de ingresos por medio de programas sociales con importantes resultados e incluso apuestas de integración regional se construyeron aunque sin lograr consolidarse. Sin embargo este proceso de gobiernos progresistas comenzó a ver golpes de diferente tipo provenientes de los Estados Unidos, que promovieron la destitución de presidentes por medio de diferentes estrategias, y donde no pudieron lo lograron, fueron sometidos a grandes presiones económicas internacionales.

México, Colombia y Chile, países de gran importancia en la región, estuvieron ausentes de esa primera oleada de gobiernos progresistas, de hecho en buena parte eran la expresión de la continuidad del poderío de los Estados Unidos en la región. No obstante, la segunda década del siglo XXI parecía revertir la tendencia de avance en Latinoamérica, en los últimos años hemos visto como los pueblos de Nuestra América no desfallecen, y antes que doblegarse al poderío Estadounidense, mantienen la resistencia y reconfiguran la tendencia de cambio; esto lo podemos decir a la luz del triunfo presidencial de López Obrador en México en 2018; de la disputa en Bolivia que tras un golpe de Estado promovido por los militares, el pueblo logró retomar la dirección del país con la victoria electoral de Luis Arce; de la vuelta al poder del llamado peronismo en Argentina con Alberto Fernández; de la resistencia del chavismo en Venezuela; de la llegada al gobierno de Perú de un maestro de la periferia rural (Pedro Castillo); de la llegada a la presidencia en Honduras de Xiomara Castro, que ha sido parte de la resistencia luego del golpe dado en 2010, y de los trascendentales levantamientos y luchas populares vividos en Chile y Colombia en los últimos 3 años, y que permitió que en Chile hoy haya un presidente alternativo, Gabriel Boric, y un proceso constituyente en transito -impensable en las décadas pasadas.

Y luego de esto, hoy estamos ante las elecciones en Colombia, donde por primera vez en los últimos 30 años se perfila la victoria de un candidato progresista que se contrapone en buena parte a los intereses de la oligarquía colombiana, una de las más sanguinarias de la región. Y también este año, en octubre, se desarrollarán las elecciones presidenciales en Brasil, donde hay grandes posibilidades de que Lula Da Silva vuelva al gobierno.

Aunque este análisis pareciera centrase simplemente en los triunfos electorales, como si ello fuera lo determinante y único para el avance de la lucha de clases en la región, es preciso aclarar que estos triunfos electorales sólo han sido posibles a partir de la ardua lucha de los pueblos en cada uno de los países, y es por ello que estos gobiernos son más bien una expresión de estas luchas y de los avances logrados, que también implican reconocer que la correlación de fuerzas ha ido cambiando de manera relativamente favorable para los pueblos de Nuestra América, y de concretarse el triunfo de propuestas progresistas, democráticas y alternativas en Colombia y Brasil se estaría constituyendo un escenario de grandes posibilidades para que la región latinoamericana avance en cambios sociales, económicos y políticos, así como contribuir al cambio a nivel mundial, hacia un multilateralismo.

Pero no basta con obtener estos triunfos, la historia reciente a la que se ha venido aludiendo ha mostrado también que un gobierno «progresista y/o alternativo» no es suficiente, y menos si con estos gobiernos no se fortalece el movimiento popular que es la raíz de estos triunfos electorales. Es preciso que en medio de estos gobiernos progresistas los movimientos populares sigan avanzando, se sigan fortaleciendo y dando luchas para reducir las capacidades de las oligarquías nacionales y en esa misma medida continuar luchando contra los intereses imperialistas en Nuestra América. No podemos conformarnos con la redistribución de ingresos del Estado y con programas sociales, tenemos que impulsar el cambio de modelo económico, tenemos que promover y pelear contra el extractivismo que es un no futuro para la naturaleza y el conjunto de la vida misma en el planeta. De igual forma hay que impulsar un cambio radical en la estructura de los Estados, porque el que haya nuevos gobiernos, más cercanos a las propuestas populares, no significan que no sigamos viviendo en Estados constituidos para el desarrollo de la explotación capitalista, y por ello hay que proyectar la lucha para que el ejercicio del poder en cada país resida realmente en el pueblo, reconociendo la pluralidad de naciones, el Poder Popular y la Soberanía para garantizar logros de largo plazo. Esto quizá implique el desarrollo de nuevos procesos constituyentes, o no, cada pueblo tendrá que ir construyendo los rumbos y las fórmulas para avanzar en cada país.

Además se precisa de la integración regional, de los pueblos y los gobiernos que permitan fortalecer las luchas y la generación de un nuevo modelo económico, que no solo se oponga al neoliberalismo sino que avance hacia su superación permitiendo construir sociedades realmente justas, soberanas y solidarias, para el cuidado y recuperación del medio ambiente, reconociendo lo estratégico de la región en términos ambientales, de fuentes acuíferas, biodiversidad, etc.

Y en el escenario favorable del triunfo electoral en Colombia y Brasil de los progresismos, asistiremos a un momento histórico que podrá traer consigo grandes tensiones con el imperialismo estadounidense, es de esperar que los gringos harán lo posible por mantener su dominio en la región, y esto lo llevarán a cabo por todos los medios, como siempre han actuado, bajo el paraguas de la «legalidad» burguesa, de su falsa y descarada postura de lucha por la democracia y la libertad en el mundo, y actuarán mediante presiones económicas, desestabilización, acción de mercenarios, sabotajes, etc. Es por ello que debemos continuar las luchas de calle, prepararnos para las luchas por venir y continuar proyectando el futuro de la resistencia, en esa brega continuamos como ELN, aquí estamos y estaremos, siempre junto al pueblo y hasta la victoria.


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