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Primero apedrearon a unos comerciantes porque los consideraron “amigos de las FARC”, eso fue hace un año. El pasado miércoles 3 de abril apedrearon la sede de la organización indígena en Popayán y les gritaron “gusanos”, para presionarlos a abandonar una movilización que transcurría por la cuarta semana de bloqueos a varias vías.

Antes habían dicho que los indígenas eran “terratenientes, delincuentes y terroristas”. Estigmatización con la que justifican la arremetida violenta en su contra, que en 4 semanas de paro deja 10 muertos y centenares de heridos.

Los indígenas con la Minga piden dialogar sobre las innumerables promesas que les han hecho los Gobiernos de Colombia.

En el fin de semana los negociadores de ambas partes llegaron a un Preacuerdo, pero el ex presidente Uribe Vélez ha tronado por las redes sociales en desacuerdo de llegar a una solución negociada con los indígenas:

Es preferible cerrar esa carretera dos años, que firmar acuerdos con la minga apoyada en el terrorismo… El dilema no es masacre o firmar, el dilema es autoridad firme, que se sienta o seguir generando malos precedentes que no permiten voltear la página… Si la autoridad firme implica una masacre es porque del otro lado hay violencia y terror más que protesta”.

El ex presidente ha dicho que su misión es “hacer trizas la paz” y en gran medida ya lo ha logrado, con lo que aborta el camino de la solución política al conflicto; ahora asistimos a la aplicación de la misma política a las protestas sociales, cuando Uribe se opone a un acuerdo en una Mesa de Diálogo con la Minga indígena.

¿Queda desterrada para siempre, sacar la violencia de la política? ¿Nos negamos las colombianas y colombianos a transitar el camino de resolver los conflictos por vías distintas a la violencia?

Hay que recordar a Martín Luther King cuando advirtió, que “lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos”.


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