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Por: Fabricia Giraldo

500 años de frustración e hipocresía han acumulado en el pueblo colombiano la rabia y la agitación popular. Agitación reflejada en el Paro Nacional, allí donde la juventud, hijos e hijas de la violencia de los años 90 en adelante han tomado las calles para alzar la voz en protesta contra el mal gobierno narcoparamilitar y mafioso que hoy precede a nuestro país y que repite el guión absurdo de la oligarquía en el poder.

La oligarquía impone la violencia como forma de hacer política y hace suya la impunidad más descarada y macabra para postergar su régimen autoritario-genocida, en cabeza de su maquinaria de guerra: las fuerzas militares, la policía y el ESMAD. Escuadrones de la muerte que al día 28 de mayo de 2021 lleva en sus listas 59 personas fallecidas por accionar de la fuerzas del Estado; 866 personas heridas de los cuales 51 con lesiones ocualres, 70 por armas de fuego y 133 personas defensoras de DDHH agredidas; 346 personas desaparecidas; 2.152 personas detenidas muchos de ellos arbitrariamente y 1.192 denuncias por abusos de poder, autoridad, agresiones y violencia policial; de acuerdo con la plaforma Defender la libertad.

Dicho panorama, da cuenta de la profunda crisis que estamos viviendo como sociedad a muchos niveles: social, económica, política, cultural, ambiental y que pareciera ser omitida por el desgobierno de Duque, el cual no tiene intenciones de escuchar y menos de buscar verdaderas soluciones. Así podríamos asegurar que nos encontramos con una clase social elitista en el poder que en pleno siglo XXI continúa soñando y recreando un país neofeudal, latifundista y narcoparamilitar cual 100 años de soledad.

No se requiere tener un máster en política o economía para comprender el porqué del actual estallido social. Las brechas de desigualdad y pobreza son visibles en el cotidiano y afloran en las ciudades y campos de Colombia. Las calles de los centros de ciudades como Medellín, Cali, Bogotá por nombrar algunas, se encuentran repletas de personas sobreviviendo en condiciones indignas, indígenas en la miseria, mujeres, niños y niñas buscando maneras de sobrellevar su existencia muchas veces sin siquiera una comida al día. Ni que hablar de la salud, del trabajo, de la vivienda, de los recursos naturales, de la industria, de la agricultura, la cultura, la educación, la ciencia, la tecnología y demás temas que nos conciernen como nación. En cada uno de estos campos realza el atraso total, la falta de compromiso, la misera inversión.

La oligarquía se llena la boca diciendo que Colombia es un Estado Social de Derecho, pero lo social sólo ha quedado en el papel como adorno sin aplicación alguna. La gente de «bien» se pregunta por qué los jóvenes se quejan, pero… si tan sólo salieran de sus burbujas, de las cuatro paredes de sus apartamentos, si bajaran el vidrio de sus automóviles para darse cuenta de que el país en el que creen vivir con bienestar se sustenta en el dolor y la tragedia de millones de compatriotas suyos.

Si abrieran los ojos, se horrorizarían al saber que sus grandes marcas comerciales como el Éxito han servido de escenarios de tortura y muerte. Que sus impuestos y los nuestros han financiado el entrenamiento genocida y bárbaro de la fuerza “pública”, entre comillas porque más que defender la vida del pueblo al que deben su lealtad, se han formado ciegamente o de manera cómplice para silenciar cualquier muestra de inconformidad de la ciudadanía ante las maneras de gobernar, de hacer política o exigir nuestros legítimos derechos.

Al pueblo que lucha y resiste con valentía en el Paro Nacional los alentamos a seguir caminando esta noble causa y a mantener la juntanza y vivencia de la solidaridad, la cual se ha visto multiplicada y renacida. Cada aporte resulta esencial en estos momentos y hacer de las calles, de las plazas, del barrio, de la vereda, de las redes sociales, el café, la hora en el transporte público, los encuentros cotidianos tiempo preciso para seguir hablando del país, sus problemas y cómo ser parte del cambio.

Su aguante y persistencia, resulta fundamental como avanzada a una real democracia directa, cultivada desde el mismo pueblo, a través de las asambleas populares, los conversatorios en las barriadas, los encuentros artísticos y culturales llenos de memoria y propuestas creativas para una nueva sociedad. Desde los niños y niñas hasta los adultos mayores en Colombia se ha esparcido la duda, las ganas de cambio, la necesidad de transformación de las condiciones materiales y espirituales de existencia y han aumentado los liderazgos locales y regionales. Muestra del camino que se va tejiendo hacia una democratización del pensar y hacer político en cada territorio desde su propia diversidad.

Finalmente y no menos importante, los sindicatos, gremios y sectores voceros del comité del paro deben actuar acorde al movimiento real de lucha del pueblo colombiano, deben sacudirse de falsos vanguardismos y cierta idea de supremacía, y deben volver sus ojos al pueblo de donde han nacido y exigir al desgobierno de Duque un real diálogo nacional, amplio, diverso e incluyente, para que juntos como clase popular sigamos avanzando a un cambio total de las estructuras del poder en favor del buen vivir de las mayorías.


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