Las protestas sociales de las últimas semanas desafían al gobierno y muestran su rostro sin maquillajes: el despojo de las regiones, salarios bajos para los trabajadores, judicialización y represión a los que luchan.
Los procesos de Paz dan; sin embargo, un barniz de legitimidad a un gobierno antipopular. Los diálogos de paz son necesarios y su sentido excede a un gobierno, pero el provecho político que Santos hace de éstos no se puede menospreciar: poco favor le haríamos al pueblo si las noticias de diálogos de paz, se usaran para disimular las medidas económicas y represivas contra la población, o disimular la responsabilidad de quienes las aplican.
El gradual paso de las FARC a la lucha política, entusiasma a unos y angustia a otros; a los primeros porque valoran que los anhelos de paz encuentran asidero en logros tenues, desde los que se consideran posible importantes desarrollos; a los segundos porque ven tan mínimos los acuerdos que no los consideran base suficiente para fortalecer la paz y en cambio ven los incumplimientos del gobierno, las amenazas de la extrema derecha y el asesinato de los líderes sociales, obstáculos mayúsculos para avanzar hacia la paz.
La voluntad manifiesta del Ejército de Liberación Nacional de continuar buscando acuerdos más allá de actitudes hostiles del gobierno, es un foco de atención y reafirman su compromiso con la paz de Colombia, sin disimular sus esfuerzos para que sea la sociedad la constructora del proceso de paz, porque piensa que de otra manera no será posible llenar las expectativas, que genera una paz que nos satisfaga a todas y todos.
Somos honestos con la sociedad cuando toca dar buenas noticias y también cuando éstas no lo son. Si bien las noticias positivas son mejor recibidas que las negativas, no por eso vamos a construir un discurso voluntarista, sin base en la realidad.
Las comunidades del Pacífico, los maestros, las poblaciones del Magdalena Medio, los habitantes de las ciudades que impulsan revocatorias para los malos gobiernos, han transmitido sus preocupaciones en esta coyuntura por medio de luchas enérgicas; los voceros de las FARC, además de celebrar los avances, advierten sobre incumplimientos que, de proyectarse a futuro, podrían encender serias luces de alarma sobre el proceso de Paz; desde Quito, pero sobre todo desde los territorios, el ELN se expresa con realismo: el gobierno muestra una actitud beligerante, que no coincide con sus discursos favorables a la Paz.
¿Son éstas meras complejidades o, dificultades “previsibles” que sólo requieren un poco de paciencia y buena voluntad? ¿Acaso se trata de asumir que la Paz será “imperfecta” y que quien no se apura a firmarla “no entiende el momento histórico” del presente?
Seguramente algo de esa afirmación sea verdad: dialogar y buscar acuerdos con un Estado que castiga al pueblo con medidas económicas, judiciales y represivas, que no se hace cargo del paramilitarismo que cuenta con la complicidad de las fuerzas de seguridad, buscar acuerdos con un gobierno reacio a respetar lo pactado, requiere mucha paciencia y buena voluntad. Estamos empeñados en ello, por eso seguimos explorando y forjando los caminos de la Paz en la Mesa de Quito, dialogando y construyendo esa posibilidad con la sociedad.
Sin embargo, hay dificultades que se corresponden con factores de fondo, que merecen una atención más profunda.
Juan Manuel Santos, que pronto finalizará su mandato, es un adversario difícil y sinuoso para el diálogo; pero más allá de él, hay otros sectores del Establecimiento dispuestos a desconocer lo acordado en una y otra Mesa. Esos sectores se esfuerzan por retomar una dinámica más confrontativa, aún más que la que sostuvo este gobierno contra las expresiones rebeldes del movimiento popular. Es grave la sóla posibilidad de que esos sectores, que ya manejan diversos resortes del Estado, se hagan con el Gobierno a través de un triunfo en las próximas elecciones, ya sea que se expresen bajo uno u otro de los partidos del régimen.
¿Por qué las clases dominantes no quieren la Paz? Porque saben que, para que la Paz sea tal, se deberán realizar cambios estructurales que muy seguramente (como ha sucedido tantas veces en la historia) no estén dispuestos a aceptar.
Para el ELN, como para el conjunto del pueblo colombiano y latinoamericano, éste es un momento histórico. Es el momento de involucrar al conjunto del movimiento popular y a todas las expresiones de la sociedad en un proyecto de Cambio Social, que enfrente y cambie al modelo de país excluyente de las oligarquías. Esa será la única manera de impedir que los acuerdos de Paz impliquen un retroceso, por debilitamiento de las fuerzas populares y arremetida de la persecución política.
Es deseo del ELN que esa lucha de fondo, estructural, por un país que merezca ser vivido, se pueda desarrollar en Paz, sin la necesidad de las armas para defender la vida, el territorio o las conquistas ganadas con la lucha.
Pero el carácter de una confrontación no lo define una sóla de las partes; del otro lado está el Establecimiento oligárquico que siempre ha promovido la guerra y que ahora, una vez más, amenaza con no dejar avanzar la paz.
De este lado, más allá de una u otra expresión de la insurgencia, el conjunto del pueblo colombiano deberá estar batallando por la paz, por la Justicia Social.
De esos factores, que exceden al ELN, depende el destino de la Mesa de Quito. Más aún: de esos factores depende el futuro de Colombia y del bienestar de nuestro pueblo aguerrido, que anhela una Paz de verdad.