Por: Andrea Martínez y Marlon Velasco, corresponsales de Antorcha Estéreo.
Hablar de hambre en el mundo se convirtió casi en un tema protocolario y obligatorio para cualquier evento internacional con pretensión de algún lado de relevancia. Las estadísticas anuales sobre niños y niñas asesinados de hambre en países perdidos de los mapas, se parecen más a los informes meteorológicos que suponen no más que cuidado y resignación.
El 15 de noviembre del año pasado a pesar de nuestras guerras, epidemias, deterioro de la salud pública y la arremetida de los fondos privados de pensiones, llegamos a hacer mas de 8.000 millones según los diferentes cálculos de los organismos competentes, nuestra capacidad productiva actual. Considerando los avances científicos y las tecnologías existentes, sería capaz de alimentar casi al doble o más, es decir de 12 a 18 mil millones de personas. Obviamente, poniendo a la ciencia y a la política al servicio del ser humano, cosas incompatibles con la lógica cavernícola del mundo neoliberal.
Según la revista británica Nature Sustainability, el planeta para no perder su equilibrio biológico natural, no puede alimentar a más de 3.400 millones de sus habitantes, los demás atrevidos a nacer sobramos para esta pastoral del poder. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en 2021 cerca de 828 millones de personas pasaban hambre en el mundo, 46 millones de personas más que el año anterior y 150 millones más que en el 2019. Era cerca de un 10% de la población mundial de entonces. Con eso conforme a los datos de la misma fuente, alrededor de 2.300 millones de personas en el mundo (29,3%) se encontraban en situación de inseguridad alimentaria moderada o grave en 2021. Según el informe mundial sobre la crisis alimentaria, la gravedad de la seguridad alimentaria aguda aumentó del 21,3% en 2021 al 22,7% en 2022 y sigue con una clara tendencia al deterioro a nivel global.
Falta agregar que según el índice de desperdicio de alimentos publicado por el programa de las Naciones Unidas para el medio ambiente en 2021, en el mundo cada año se desperdicia el 17% del total de alimentos que son aproximadamente 931 millones de toneladas.
Las realidades del hambre más allá de sus cifras escalofriantes, que suelen permanecer en bajo perfil, hasta que los ricos, los poderosos del mundo, la oligarquía, la elite gringa y su monopolio de poder y control, sacan a la luz éstas problemáticas solo con el fin de echarle la culpa a otros del daño que ellos mismos han ocasionado. El hambre es un instrumento de guerra muchas veces más eficiente que las bombas.
El bloqueo económico, el hambre, las necesidades impuestas por las elites es la forma más cobarde para desestabilizar los gobiernos o estados que no estén de acuerdo a sus leyes, las leyes de los ricos. Una de las principales armas de ellos: el hambre, tiene como objetivo generar una desesperación interna y generar caos. Es como dar látigos en la espalda a los pueblos por el simple hecho de ser pobres y somos pobres por culpa de ellos. Seguir castigándonos aún más por el hecho de pensar en romper las cadenas y los grilletes, para que podamos sembrar y buscar el alimento, producirlo, multiplicarlo y sentarnos a la mesa a comer en familia todas y todos. Pero no, no es así en la vida real ellos nos golpean el estómago hasta vernos sangrar. Ellos quieren que sigamos sus ordenes impuestas a beneficio de ellos, quieren que seamos esclavos y sigamos comiendo de las migajas que caen de la mesa de sus tronos.
La elite fue la que creó el sistema capitalista e insistirá por mantenerlo. Un proyecto de dominio y control representado por el poder neoliberal planetario. La pobreza y la ignorancia extremas en muchos países del tercer mundo, son un gran negocio para sus elites económicas y políticas. El mundo los ve con las manos llenas y aún así observan y señalan a otros países que verdaderamente desean ayudar a la hambruna mundial. Lo que llega verdaderamente a los países más pobres son las sobras que dejaron, el desecho, es decir: nada… todo sigue igual.
Entonces cuando el pueblo se levanta contra ese monopolio, contra ese sistema económico, contra su política y empiezan a cambiar las cosas, ellos son los principales oponentes y ahí empieza la guerra. El mundo sin leyes, ni palabra, ni credibilidad… se vuelve el infierno mismo.
Sabemos quiénes son los que nos atacan y aunque estemos en desventaja preferimos luchar sin claudicar, sin ser lo que ellos quieren que seamos, sumisos y esclavos de su sistema capital. Decidimos unirnos y cambiar el problema que nos ataca a todos y todas, el hambre. Si es necesario morir, entonces moriremos, cambiando lo que debe ser cambiado, sin mendigar un pedazo de pan. Moriremos con dignidad, por el pueblo, moriremos con honor.