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Crónica del levantamiento popular

Por: Ramiro Medina

Los pobladores urbanos que habitan las ciudades que han soportado ya casi 20 años de gobiernos uribistas conocieron la verdadera cara de quiénes en algún momento se presentaron como salvadores del país, los uribistas. Hoy, la rabia, la frustración, la indignación, el desespero, el odio, son los motores de los manifestantes que se enfrentan a palo y piedra contra las balas del Estado. El terror que durante más de 50 años dominó el campo en Colombia hoy despliega su arsenal en los centros urbanos; la gran parte de la población que creyó que en Colombia no había guerra le tocó conocer sus horrores ya que llegó a la puerta de las casas del vecindario.

La aparente tranquilidad que reinaba en la retaguardia del capital se vio afectada por sobrevuelos de helicópteros, tiroteos nocturnos, despariciones, ejecuciones extrajudiciales, militares en las calles y policías asesinos, intimidaciones, infiltraciones y torturas en los famosos CAI’s o en escenarios deportivos, al estilo chileno en tiempos de Pinochet. También la tranquilidad de los autoproclamados «ciudadanos de bien», que hablan y se pronuncian desde su privilegio, se vio eclipsada por una situación convulsionada, la ira de la gente marginada y olvidada fue torrencial, con una intensidad que no se presentaba hace muchos años.

Aquí, en la capital del Valle, todo comenzó de manera simbólica y poética. A las 7:00 Am del 28 de Abril los indígenas Misak derribaron la estatua del conquistador Sebastián de Belálcazar, expresando de manera contundente que se niegan a rendirle culto a genocidas y asesinos y haciendo la invitación al pueblo colombiano a reescribir la historia desde nuestras raíces. Luego vino la manifestación, vinieron las multitudes, las arengas, los gritos, la marcha. Con el paso del tiempo de ese primer día los ánimos se fueron calentando, hubo saqueos, quemas de buses de transporte público, quema de estaciones del sistema de transporte, derribo de fotomultas, semáforos y la infraestructura de señalización vial, finalmente, el enfrentamiento con la fuerzas del Estado. Cómo se dió el combate callejero de este día fue determinante para imponerle el ritmo a la movilización, la gente estaba decidida a tumbar la reforma tributaria, vinieron los muertos, uno de los primeros fue un menor de edad que recibió un impacto de bala en la cabeza.

La primera línea debutó en las calles de la ciudad, se lució y se ganó el respeto de sus conciudadanos. Las primeras muertes dieron un motivo más para estar en las calles y el gobierno le quiso medir el aceite al pueblo caleño. Apareció Puerto Resistencia, punto de concentración en el Oriente de la ciudad y uno de los más combativos; apareció El Puente de la Dignidad en el norte de la ciudad, sector donde cayó el grafitero Nico, que se ha vuelto emblema de los artistas urbanos locales; en el sur de la ciudad los estudiantes de la universidad pública y los pobladores de los barrios de ladera bloqueaban esa entrada; y en la Portada al Mar, en el oeste, también se cerraba esa entrada. En cada punto había primera línea y la espontaneidad del pueblo nuevamente lo llevaba a enfrentarse a un enemigo con una capacidad superior. También el departamento respondía: Buga, Palmira, Jamundí, Tulúa, Restrepo, Cerrito y muchos otros municipios adornaban las calles con hogueras, se congregaban alrededor de ellas y entrelazaban la resistencia desafiando a los agentes del «orden».

Los de la Primera Línea manifestaban que habían comido mejor en los días de resistencia y pelea que durante mucho tiempo en sus casas. La movilización en sí empezaba a identificarse con la Primera Línea, la palabra «ñero», «gamín» fueron despojadas de su contenido despectivo y se entendió de manera colectiva que eran los jóvenes de los barrios bajos los que estaban poniendo el pecho en las barricadas.

Una vez que el alcalde y la gobernadora demostraron su verdadero rol, el de piezas ornamentales, le entregaron el control de la ciudad al General Zapateiro. Uribe puso un Tweet y dijo que había que apoyar el uso de las armas por parte de los militares en contra de los manifestantes. Orden dada, orden cumplida; Zapateiro se comprometió a restablecer el orden de la ciudad en 24 horas. No recibieron con agrado el hecho de que Cali se definiera como ciudad antiuribista.

Siguieron naciendo puntos de concentración, el conocido como el sector la Luna y la rebautizada Loma de la Dignidad, estos dos sitios empezaron a tomar relevancia por las sendas batallas callejeras que se escenificaron ahí, la confrontación urbana llegaba a los barrios, los habitantes de unidades residenciales les tocó conocer el gas lacrimógeno de manera forzada y el estruendo de las aturdidoras. Vecinos y vecinas se volcaron a construir una red logística para proveer de suministros a la primera línea y para abastecer a los manifestantes, hubo autogestión, coordinación, veeduría y participación de la comunidad.

Uribe reencaucho el concepto de Revolución Molecular Disipada, de estirpe neonazi y propuesto por un chileno adorador del Fuhrer, para orientar a los soldados de la patria, este concepto plantea que la protesta debe ser tratada como conflicto urbano y que para ello es necesario eliminar a las «moléculas agitadoras». Cali fue otro laboratorio, así como en algún momento lo fue Medellín con la operación Orión. Amparadas en las instrucciones del jefe, las fuerzas estatales cometieron una masacre en Siloé, un barrio de las laderas con muchas problemáticas y abandono estatal, y de ahí en adelante han sacado todo el repertorio paramilitar.

Todas las noches balean los puntos de concentración, ya se han capturado dos infiltrados en las movilizaciones, camionetas con placas tapadas rondan la ciudad, han censurado las redes sociales y cortado el acceso a internet en determinadas zonas, han utilizado instalaciones de privados para desplegar los operativos oficiales, tal cual ocurrió en un hotel en el sector La Luna que terminó incendiado. El uribismo eligió a Cali como teatro de operaciones, ante la inminente pérdida de legitimidad del partido de gobierno y del presidente, el uribismo sabe que tiene que prepararse para defenderse, con lo que están haciendo en Cali y en el resto de ciudades, le están diciendo al país que antes del cambio ellos van a exacerbar la guerra que tanto tiempo lleva en Colombia. Ya los disfraces de la democracia y las instituciones no pueden ocultar la sed de sangre y las ambiciones sin límites de quienes gobiernan este país, hasta uribistas consumados están sorprendidos con lo que ha ocurrido en los últimos días en las calles.

Hace varios días que esto trascendió de la exigencia del retiro de la reforma tributaria, hay una percepción compartida de que es necesaria una sociedad distinta, la gente sin oportunidades se cansó, este país que se viene imponiendo desde hace doscientos años no es el país que necesita la inmensa mayoría. Sin embargo, empiezan a implementarse viejas jugadas, valerse de la estratificación para enfrentar a los estratos más bajos con los estratos altos, por un lado se encuentran quienes apoyan el paro y se manifiestan y por el otro los que piden el cese de los bloqueos y que los dejen trabajar. Dicen ser ciudadanos de bien, gente pujante y trabajadora, aunque amenazan a los manifestantes con un poder de fuego de 25.000 armas.

Los medios de desinformación han expresado de manera clara su defensa del gobierno del títere. Lo que ha hecho la Revista Semana es un periodismo sucio y teñido de sangre, en una entrevista al general de la policía este sólo atinó a decir «es que estos policías son unos verracos», entendiéndose la verraquera como el asesinato de manifestantes desarmados. Además con el discurso del vandalismo pretendieron llegar a un imposible, hacer creer que las protestas NO son producto del descontento, el malestar y la indignación del pueblo, así como el rechazo a las medidas que se han venido implementando en los últimos años.

En cinco días de Paro la ciudad estaba desabastecida, no había gasolina ni alimentos, la infraestructura vial había sufrido grandes afectaciones, no había sistema de recolección de basuras; aunque también hay que decir que se aplicó otra vieja jugada de los enemigos de la movilización, el acaparamiento para que se vieran las estanterías vacías y la gente entrara en pánico. Pese a ello, fue la gente en las calles la que generó esa crisis de gobernabilidad en la ciudad; no había transporte público, no había gasolina en las bombas, los bloqueos no permitían que entraran camiones de carga a la ciudad; apareció el discurso de «nos convertimos en Venezuela».

No falta la olla comunitaria en los bloqueos, la solidaridad ha desbordado las expectativas y hasta las barras bravas de los equipos de la ciudad se han unido para hacer parte de la resistencia. Después de más de una semana de movilización la gente sigue volcada en las calles, pero la represión también continúa. En varias ciudades del país han empezado a aparecer panfletos de «autodefensas urbanas» y también desde los ciudadanos de bien se han empezado a impulsar la creación de grupos de seguridad privada. La llegada de la Minga Indígena a la ciudad permitió la captura de uno de los que abrieron fuego contra los manifestantes, dispararon desde una camioneta dejando a varios heridos, entre ellos un estudiante. Esta modalidad se ha utilizado en otras ciudades, como lo es el caso del estudiante en Pereira.

El Estado no ha tenido reparo en combinar su brazo armado legal y su brazo armado ilegal, ya lo ha hecho muchas veces en el pasado y hace parte de su doctrina, pero el pueblo resiste, se prepara y mantiene los bloqueos, además se han sumado otros sectores y gremios a la movilización. Estas últimas semanas en Colombia permiten decir que en Cali se le quitó la máscara al urbismo, ya no se puede negar que Duque no gobierna, que los alcaldes de centro no sirven para nada y terminan entregándole el control de la ciudad a la derecha, que la policía y el ejército asesinan, sólo necesitan órdenes, y sobre todo, que el autor de todas estas masacres maneja el país desde twitter en la comodidad de su finca, el Matarife. Desde el derribo de la estatua del genocida y conquistador, la declaración de ciudad antiuribista y las largas y dignas jornadas de resistencia y pelea, el Matarife le declaró la guerra al pueblo caleño.

Si bien en todas las ciudades de Colombia hay movilización y apoyo al paro, y en muchas también han habido asesinatos con modus operandi paramilitar, fue en la capital del Valle donde se le dió rienda suelta al Ejército y a la Policía para que asesinaran civiles, donde las autoridades competentes le entregaron el control de la ciudad a un militar; pero la movilización también ha aumentado sus niveles y tiene mayor capacidad para hacerse escuchar.

De todo esto es importante resaltar, la consolidación de un instrumento de defensa popular de carácter urbano como lo es Primera Línea, este instrumento tiene una composición barrial-juvenil. El surgimiento de una red propia para apoyar la movilización en aspectos de salud y alimentación de los manifestantes, aquí ha sido fundamental la participación de la comunidad. La aparición de puntos de bloqueo legítimos y donde todos los días hay afluencia de manifestantes. La adecuación y mejoramiento de los elementos para el taponamientos y los bloqueos (las barricadas son realmente funcionales). Además, algo muy importante, la legitimación de la violencia como forma de respuesta del pueblo.

El paro continúa, la gente sigue en las calles, el gobierno se reúne con personajes de la fauna política que no representan a nadie, la «coalición de la Esperanza» genera desesperanza; el «centro» se ubica donde se ubica en momentos de crisis: a la derecha; en las noches abunda el miedo en las calles de las urbes; el pueblo está exigiendo grandes cambios y hay una gran posibilidad de que el precio que el uribismo le cobre a los colombianos sea de mucha sangre.

Puede que esta sea la última página del uribismo y haya la posibilidad de que en Colombia se empiece a escribir otro capítulo de su historia, uno en donde se ratifica que ¡EL PUEBLO NO SE RINDE CARAJO!.


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