Por: Juana Amaru
Colombia es un país de altos contrastes que, de por si, son sinónimo de injusticia y desigualdad. Por desgracia, la educación no está exenta de esta realidad. A continuación presentamos varias razones que así lo demuestran, poniendo como ejemplo la ciudad de Popayán (en el suroccidente del país), que aunque pequeña en su extensión geográfica, padece de grandes problemas que afectan a su población.
En nuestro país hay una brecha -cada vez mas grande- en la concentración de habitantes en zona urbana respecto a la zona rural; siendo las ciudades las más densamente pobladas. En consecuencia, la capital caucana no es ajena a este fenómeno, que tiene como causa principal el desplazamiento de habitantes del campo hacia centros urbanos, producto del conflicto social y armado que persiste en la región y el país.
En el caso de Popayán, pese a que cuenta con una extensa área rural en relación al área urbana, la distribución de población se comporta a la inversa. En otras palabras, de los 280.107 habitantes, el 86% vive en el casco urbano y el 14% lo hace en lugares rurales (cifras del DANE con censo del 2005 en proyección al 2016). Este fenómeno poblacional también se refleja en la situación educativa de esta zona del suroccidente del país. Compartimos tres aspectos para la reflexión:
Un primer aspecto es la concentración de estudiantes por docente. Mientras que en el área rural alrededor del municipio el número de estudiantes por grado no supera los 20 niños y niñas (en muchos casos por el alto índice de deserción escolar); en los colegios centrales de la zona urbana, el número de estudiantes varía entre los 40 a 50 por cada grado. En ambos casos, vale la pena detenerse a pensar si son suficientes las estrategias pedagógicas que el docente debe implementar, entendiendo la pedagogía como un acto político, un ejercicio de poder no solo de la enseñanza – aprendizaje; sino del poder sobre la formación de sujetos críticos capaces de comprender y asumir la realidad y su contexto.
El segundo aspecto para considerar es el de infraestructura de las instituciones educativas, todas con una insuficiente inversión en mantenimiento y adecuación para el desarrollo de las distintas áreas de aprendizaje. Por un lado, las instituciones educativas rurales requieren de construcciones acordes a las modalidades técnicas agropecuarias y con un campo de acción inmediata en la vereda o corregimiento. Por su parte, los centros de enseñanza en la ciudad -sean centrales o periféricos- distan de ser lugares acordes para establecer procesos educativos de excelencia; pues no cuentan con espacios propios para los avances en ciencia y tecnología, no tienen zonas recreativas, zonas verdes o espacios óptimos de esparcimiento. Tampoco cuentan con ambientes acordes dentro del aula de clase, por consecuencia del hacinamiento escolar en algunos salones escasamente se puede transitar por una u otra hilera de sillas. Vale la pena anotar que una de las características comunes entre las instituciones educativas de lo urbano y lo rural, es la formación y la doctrina escolar con ínfulas de desarrollo empresarial. Se opta por la ubicación de los pupitres siempre dando la espalda, negando la posibilidad de compartir con el otro de manera más fraterna y promoviendo la competencia y el individualismo. Se adiestra con el timbre de clase, los horarios y las áreas establecidas, todo esto como una acción y espacio reguladores del comportamiento humano.
La relación de las instituciones educativas con el entorno en el que se encuentran es el tercer aspecto a mencionar. Mientras que en los lugares alejados de la ciudad, sean veredas o corregimientos, son más frecuentes los procesos de acercamiento y de apropiación que involucran a la comunidad educativa, estudiantes, padres y madres de familia, docentes, directivos o administrativos, en los que la vinculación de la comunidad con las instituciones es central para el desarrollo de actividades pedagógicas, también lo es como espacio físico y simbólico de encuentro para la comunidad. En contraste, los centros educativos en la ciudad no se disponen a estrechar relaciones fraternas entre trabajadores, docentes, directivos con los padres y madres de familia; mucho menos se fijan como propósito establecer una relación directa con el sector, el barrio o la comuna para ser agentes activos en la solución de problemas y necesidades de sus habitantes. Lo anterior hace evidente la contemplación del salón o el colegio como espacios transitorios, aunque los estudiantes pasen en ellos la mayor parte del tiempo.
Estas y otras consideraciones pretenden invitan a reflexionar de manera crítica la educación, sus espacios, sus características, sus necesidades y la relación con el territorio en el que se encuentra. Así mismo, poner en entredicho el modelo educativo actual, en el que ni siquiera es posible contar con los mínimos de funcionamiento (infraestructura, planta docente, investigación, etc.) y mucho menos construir y crear en igualdad de condiciones. Así como aseguraba uno de los principales referentes de la educación Simón Rodríguez «o inventamos o erramos» y está claro que aquí no inventamos nada cuando se impuso el Estado – Nación, nos dedicamos a copiar sin contextualizar. Pero siempre estamos a tiempo, siempre con el reto de crear, de construir y de inventar algo nuevo que nos permita soñar y materializar lo soñado, que nos permita inventar y no errar.