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Con la esperanza viva en un futuro digno construido con todos y todas los sectores sociales, hombres y mujeres militantes de la vida con equidad y respeto por la naturaleza, compartimos unas líneas que intentan traer a nuestra memoria y para que el olvido nunca sea otra arma del enemigo, una figura emblemática de mujer digna y valiente entre tantas mujeres que han permanecido y persistido en la lucha por una Colombia mejor: OMAIRA MONTOYA HENAO, quien fue desaparecida en los años 70 por las fuerzas del orden, convirtiéndose en la primera mujer en ser desaparecida en nuestro país, en el marco de las luchas populares que el pueblo colombiano desarrolló para ese momento.

El texto, fue escrito hace quince años por una entrañable amiga de OMAIRA cómplice solidaría de sus sueño, encontrado de nuevo en los anaqueles donde ha estado guardado con celo y ternura por una mujer luchadora y amante de la vida; así que vuelves OMAIRA a poblar nuestros corazones, a recordarnos que la lucha continúa, porque la guerra impuesta, con diversas formas, colores y ropajes contra quienes sueñan y trabajan por una Colombia humana, fundamentada en la justicia social, también continúa.

“Septiembre 11 de 1977 …cuarenta años se cumplieron ya de la desaparición de Omaira Montoya Henao, la compañera inolvidable.”

Cuando los recuerdos se agolpan y empiezan a caminar pisando fuerte por la memoria, uno no sabe por qué la melancolía asoma con una sonrisa cariñosa en vez de tener arrugas de tragedia.

Ya no tiembla mi piel ni me pongo tensa cuando pienso en la tortura que resistió Omayra antes de su muerte. Imagino en cambio que el árbol de donde fue colgada hoy debe ser inmenso como las ceibas que cubren las plazas de los pueblos y dará sombra a muchos caminantes. Un árbol con historia, sembrado por algún campesino en cualquier lugar del municipio de Soledad. Si hablara, contaría de una joven valiente, menudita, vital e inteligente, que se portó con dignidad mientras un grupo de militares uniformados la golpeaban, ataban y colgaban por las manos a sus ramas.

La cita con la muerte estaba allí pero todo comenzó en Barranquilla horas antes, cuando la detuvieron con un joven que la acompañaba y que sobrevivió para contar la verdad. En esa ciudad se encontraban colaborando en la preparación de un paro nacional.

La tortura empezó en Puerto Colombia, mar adentro, con mordiscos de cangrejos azules que los torturadores hábilmente pusieron sobre los hombros de los desdichados. Y aunque no fue la única muestra de sadismo, creo mejor despejar las tinieblas para no zozobrar en los recuerdos. Lo cierto es que su cadáver solo fue encontrado muchos meses más tarde y sus verdugos absueltos en un Consejo de Guerra.

Tres días después, el 14 de septiembre de ese año 77 los trabajadores sindicalizados efectuarían un paro general que vino a convertirse en paro popular porque se extendió a los barrios, los caminos, las aulas y las casas de la gente corriente. Protesta airada como una copa llena de cansancio por hambre, alzas, represión y miedo. Entonces en la radio solo se oía el tono grave de los locutores anunciando amenaza como aullidos de un mundo inclemente!

En los días que siguieron ya no hubo amenazas sino voces que informaban:”…detenciones masivas en todo el país…”, “suben a más de 40 los muertos en Bogotá”, “ hay más de mil sindicalistas presos…” “ordenes de captura contra los subversivos…”.Recuerdo que el ministro estaba indignado porque según decía de manera torrencial, “la democracia ha sido mancillada”.

En más de una ocasión he oído discursos que condenan compromisos como los de Omaira. Compromisos que han sido de millares de Latinoamericanos, como el Che, y de colombianos como el sacerdote-sociólogo, que marco mi generación con sus mensajes y obra; por quien llevaron el nombre de Camilitos tantos niños. Compromisos de distintas épocas y de pueblos enteros. Puede no compartirse una forma de decir “hasta aquí” a tanta situación que acorrala y castiga. Puede no comprenderse.

Omaira, la bacterióloga antioqueña, que pudiendo llevar una vida común escogió su destino a costa de su propia existencia, echó su suerte al lado de los pobres. Con ella y por ella muchos corazones tuvimos la experiencia de una gran ternura, una veta de humos inagotable, de un coraje sin límites.

Al revivir los episodios compartidos en medio de un compañerismo alejado de grieta, pienso en ella como una hoja al viento desprendida del árbol; no la lloro como antes ni me tiembla la piel. Simplemente cumplo mi promesa secreta de “no defraudar su memoria”.


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