Son días oscuros por los que pasa el mundo y en especial este pais. Hace unos días comentaba un compañero en la ciudad, que “estos tiempos son sobretodo caldo de cultivo para la locura”. Importante ante todo, destacarse por eso mismo a ser fuente de todas las aptitudes para poder afrontar los retos de carácter tan desconocido que se nos presentan hoy.
Sabemos de las distintas tensiones que se dan en el panorama internacional. Y que ninguno de los conflictos que conocemos (los de medio oriente en especial y para nuestro caso el Colombiano, además de la arremetida económica contra Venezuela, la ideológica y profundamente política en Brasil, entre otros) ha cedido o bajado su intensidad, simplemente el imperio, diversifica su táctica. Basta con reconocer aspectos generales de las movidas del entrante gobierno de Duque para crear un hilo conductor: el ejercicio de relacionamiento de entrada con Estados Unidos, posteriormente con Canadá y Francia son un fortín de neoliberalismo a la agenda del día. No es extraño entonces que por este mes se encuentre en la portada internacional tan repetido el nombre del hermano país de Venezuela. “Todas las opciones están sobre la mesa” dijo Trump para referirse a lo que respecta con intervenir a nuestro hermano país.
Entonces la táctica varía, pero la estrategia intervencionista y de invasión continúan intactas. Lo interesante es cómo se vienen agotando las medidas con las que de manera prolongada y con política de asedio han ido queriendo abrirse camino los invasores, pero se les acaban las municiones de carácter diplomático, por ello Duque y Trump, sin entrar a nombrar a otros, ponen sobre la mesa cada vez más la posibilidad de un ataque militar al territorio venezolano.
Ni hablar de los escenarios de negociación, no porque falte qué decir sino porque la voluntad de paz -más que de cualquier gobierno- de la oligarquía del país está mediada por el derramamiento de sangre de nuestra gente, de las personas menos favorecidas, de líderes sociales y de voces inocentes.
No por ello, nuestra guardia con respecto a Colombia se encuentra baja. Nuestro país resguarda 7 bases militares estadounidenses y es esta situación de complicidad y colaboración la que le da un tono distinto al panorama. Hace unos días, se pudo obtener el reporte más actualizado del último censo que viene realizando el gobierno en el país; sin decir que confiemos ciegamente en las cifras de un Estado corrupto, a 13 años del último conteo y con un 96,7% del territorio, se encuentran hallazgos que involucran las categorías de edad, sexo, migración, composición del hogar y todas relacionadas con el actual estado del país y la concentración urbana.
Desde el evidente crecimiento demográfico que han venido experimentando las ciudades, es apenas lógico que el Estado inicie mutaciones en sus distintos espacios institucionales. Uno de ellos, en esta línea de ideas es el de seguridad. Cali ha estado situada entre las primeras 5 ciudades más inseguras de Latinoamérica por varios años, esto le ha sido de principal preocupación a los gobiernos tanto locales, como regionales y el nacional, en perspectiva de inversión. Mucho más cuando se viene entendiendo una clara incursión de la guerra y con ello de actores dispuestos a liberar las ciudades del capitalismo, que son la pequeña aceituna debajo del colchón, estorbo para conciliar el sueño de la oligarquía nacional.
Secreto no es, que desde la aprobación del Presupuesto General de la Nación y las movilizaciones de los sectores estudiantiles y académicos, se le ha puesto el lente en términos comparativos a la asignación para la guerra. El rubro para fuerzas militares está rondando los 33.4 billones, cifra que se corresponde con el aumento de pie de fuerza en ciudades como Cali, más con la puesta en marcha de esta ciudad como Distrito Especial. Policías para el MIO, para las esquinas de los barrios adinerados, centros comerciales y plata para invertir en armamento; la militarización de las ciudades es un hecho y con ello se arraiga mucho más una estrategia de guerra que lejos de tener como objetivo principal al crimen, se propone el anzuelo de los jóvenes de las clases populares, quienes en últimas en esta dinámica guerrerista de la oligarquía son quienes hacen ‘el trabajo sucio’.
Es un reto asumir que la confrontación bélica es una realidad en las ciudades también. Como ELN nos proyectamos hacia estos territorios entendiendo la necesidad que tienen de ser liberados de las dinámicas impuestas que juega el capitalismo y que a modo de narcotráfico y crimen; enfermedad creada por el Estado mismo y sus fuerzas militares, le quiere abrir camino al fortalecimiento del pie de fuerza militar a costa de los pobres. Las clases populares tenemos un frente para combatir, y ese nunca han sido con las FFMM, lo decimos desde aquí, donde nunca dejaremos de avanzar y resistir.