Por: Flora Restrepo
«La violación está fundamentada no en un deseo sexual, no es la libido de los hombres descontrolada, necesitada. No es eso porque ni siquiera es un acto sexual: es un acto de poder, de dominación, es un acto político. Un acto que se apropia, controla y reduce a la mujer a través de un apoderamiento de su intimidad.» Rita Laura Segato
En los últimos meses hemos sido testigas de la cantidad de denuncias de abuso sexual cometidas por profesores de instituciones educativas públicas y privadas, en ciudades como Bogotá y Medellín. Que se cometieron bajo el silencio cómplice de las directivas de las instituciones, donde las víctimas en su mayoría son niñas y mujeres jóvenes.
Estos casos empezaron a salir a la luz a raíz de una denuncia de abuso sexual, en febrero de este año, que realizó una exalumna del MaryMount, un colegios religioso y uno de los más prestigiosos del país, contra el profesor de educación física Mauricio Zambrano. Por la misma época una madre denunció el abuso sexual de su hija de 9 años por el profesor de matemáticas Leonardo Ramírez de la I.E Colsubsidio. El escándalo de abuso sexual en el MaryMount sirvió como motivación para que las estudiantes del CEFA, colegio reconocido en Medellín, denunciaran al profesor Carlos Mario Jaramillo por acoso y abuso sexual, en el marco del 8 de marzo como forma de protesta ante el silencio de la rectora. Solo en Bogotá según la Secretaria de Educación, se han registrado 163 casos de violencia sexual en instituciones educativas distritales, un incremento de más del 50 por ciento.
En la mayoría de casos las directivas de las instituciones omitieron las denuncias y testimonios de las víctimas, justificándose en que supuestamente eran mentiras e inventos de las estudiantes. En otros casos simplemente se retiró al docente de la institución, sin realizar ninguna denuncia penal, invisibilizando los hechos.
El incremento de las denuncias por abuso sexual en instituciones educativas es solo un ejemplo de como se manifiesta la cultura de la violación, donde se pide cadena perpetua para los violadores pero cuando los niños, niñas y mujeres denunciamos la violencia sexual que vivimos, se duda de nuestro testimonio, se trata de ocultar o peor aún nos culpan por no ser lo suficientemente cuidadosas como nos lo inculcaron desde pequeñas. De esta forma somos revictimizadas, se normalizan conductas que atentan contra nuestra integridad y la mayoría de las denuncias quedan en la impunidad.
¿Qué es la cultura de la violación?
Precisamente a lo que se refiere la cultura de la violación es a un sistema naturalizado que permite, acepta y reproduce la violencia sexista a través de diferentes discursos que están presentes en los medios de comunicación, en la publicidad, en el sistema educativo, político, jurídico; en la familia, en las relaciones afectivas. Se alimenta del patriarcado, de las ideas machistas y misóginas que permanecen en la cultura. Normaliza y justifica prácticas como el acoso, el abuso y la violación sexual.
El término se empleó por primera vez en 1974 cuando un grupo feministas radicales de Nueva York publicó el libro «Rape. The First Sourcebook for Women» para denunciar que en EEUU se glorificaba la violencia sexual contra las mujeres y se estigmatizaba a las víctimas. Inicialmente los planteamientos sobre este término estuvieron muy centrados en presentar a los hombre como victimarios y a las mujeres como víctimas dentro de un orden binario, pero luego hubo críticas sobre este enfoque donde se empezó a analizar el sexismo desde una perspectiva sistemática, de clase y antiracista.
La cultura de la violación está presente en prácticas que la sociedad termina justificando como: la violación a una mujer por estar de fiesta, estar tomada o drogada, usar falda, escote o ropa que supuestamente es provocadora, por andar sola de noche, por salir con varios hombres. En la normalización del acoso sexual en la calle que es disfrazado de «piropos». En la aceptación de los estereotipos de género que hipersexualizan y cosifican a las mujeres, reproducidos por los medios de comunicación y la publicidad, donde la única belleza aceptada es la funcional al capitalismo, la que es para el consumo.
En actos atroces como las violaciones grupales, como la que ocurrió este año en el barrio Palermo de Buenos Aires, Argentina. Donde 6 hombres a plena luz del día, escogieron a la víctima, la drogaron y la violaron en un carro. Los medios de comunicación terminaron revictimizando a la chica al exponer su nombre, datos personales y al repetir constantemente las imágenes de las cámaras de seguridad de forma amarillista, deshumanizando a la víctima. En la violación correctiva que se emplea para supuestamente corregir las desviaciones sexuales que pueda tener una persona. Un caso emblemático también ocurrió en Argentina, donde Eva Analía «Higui» de Jesús, mujer lesbiana, estuvo presa desde 2016 por defenderse de un intento de violación por un grupo de hombres que pretendían «corregir» su homosexualidad.
Presente en nuestra sociedad
En Colombia donde ha predominado la violencia, en una sociedad que se caracteriza por ser machista, conservadora y doble moral que reproduce prácticas mafiosas heredadas del narcotráfico y el paramilitarismo; la cultura de la violación se vive tanto en espacios privados como públicos, en las relaciones interpersonales y en las disputas políticas; cuando se normalizan las relaciones de pareja violentas que tristemente terminan en feminicidios; cuando aceptamos o ignoramos los asesinatos a mujeres trans porque son personas que esta sociedad homofóbica y transexcluyente no tolera. Cuando es normal que el padre, los familiares, amigos, compañeros, esposo, novio, profesores, hombres que supuestamente son nuestros «cuidadores» accedan a nuestros cuerpos sin consentimiento.
La cultura de la violación también ha estado en medio del conflicto armado, cuando el Ejército y los paramilitares implementaron la violación sexual como arma de guerra. Violaron a cientos de mujeres y niñas para castigar a las comunidades por ser supuestamente colaboradoras de la guerrilla. También lo implementaron las AUC en los barrios populares de diferentes ciudades como forma de tortura o para apropiarse de los cuerpos de las mujeres. Cuando en medio del paro nacional se reportaron 47 casos de violencia sexual cometidos por la policía y el ESMAD.
A pesar de múltiples protestas y movilizaciones para visibilizar las formas en que actúa la cultura de la violación, cuando las víctimas deciden denunciar y recurrir a la justicia legal, muchos de los casos son archivados o los victimarios terminan absueltos por un sistema judicial incompetente; cuando se puede continuar con un proceso jurídico las víctimas son expuestas, cuestionadas y no se logra cumplir con una reparación digna, por eso muchas veces apelamos a la justicia social como único mecanismo. La sociedad termina normalizando las acciones de profesores abusadores, compañeros sentimentales feminicidas, militares violadores, con la complicidad del Estado.
Contra la cultura de la violación
Como sistema naturalizado la cultura de la violación está presente en todos los espacios de nuestra vida, por eso es difícil de detectarla porque son prácticas con las que convivimos cotidianamente hace muchos años. El primer paso para combatirla y eliminarla de nuestra sociedad es dejar de ver como «normal» conductas, creencias, comportamientos, narrativas que acepten la violencia sexual como parte de nuestra cultura, reconocer cuando las reproducimos y visibilizar los impactos que trae. Si algo nos ha enseñado el feminismo es a cuestionar todo aquello que se ve como normal o natural en una sociedad.
Empezar a rechazar que en nuestra familia, en la escuela, en la universidad, en el trabajo, en los círculos mas privados hasta los espacios públicos se justifique la violencia sexual y se culpe a las víctimas. Denunciar prácticas de violencia sexual que son normalizadas bajo ideas machistas, como los piropos o comentarios sobre nuestro cuerpo, no solo violar hace parte de la cultura de la violación. Por eso es necesario trabajar fuertemente en el consentimiento como una forma libre, sana y consciente donde las personas dejemos claros nuestros límites y aprendamos a respetar los límites de los demás
Escuchar sin juzgar, sin burlarse de las personas que somos más vulnerables dentro de la cultura de la violación como los niños, las niñas, las mujeres y las disidencias sexuales. La violencia sexual es un problema transversal y estructural, como todas las violencias propias del patriarcado.
Reconstruir las masculinidades desde un enfoque antipatriarcal donde se pueda reflexionar sobre los privilegios con que nacen los hombres dentro del patriarcado, donde se les es permitido ejercen su poder y dominio sobre lo femenino, que por supuesto también se expresa en el ámbito sexual.
Educar a los niños y a las niñas fuera de las lógicas machistas y sexistas que reproducen la cultura de la violación como los estereotipos y roles de genero, la división sexual del trabajo, la subvaloración o desprecio de lo femenino, la misoginia, homofobia, racismo, etc.
Bajo ninguna circunstancia se debe encubrir a los abusadores. No son enfermos, no son animales, no son bestias que no pueden controlar su apetito sexual como el machismo trata de justificarlos. Es urgente empezar a romper con la complicidad patriarcal que permite que la violencia sexual siga arraigada en nuestra sociedad.
Referencias
– Colectivo LASTESIS. (2021). Quemar el miedo. Un manifiesto. México: Planeta.
– Miralles, R. (2020). Cultura de la violación: una cuestión política. Libre Pensamiento, 102, 83-88.
– Segato, R.L. (2016). La guerra contra las mujeres. Madrid: Traficantes de Sueños.
A la compañera Flora Restrepo le faltó decir que la cultura de la violación es transversal a las ideologías, partidos, sectores y clases, que no es una cultura exclusiva de la derecha. La cultura de la violación también está en el progresismo, la izquierda, los comunistas y los religiosos. No hay puros, justamente porque no se trata de individuos sino de un sistema patriarcal donde estamos hombres y mujeres.