Por: José Luis Giraldo
La forma de hacer política de la actual clase dominante se caracteriza por esa falta enorme de sentido común, ética, verdad y democracia. Sus prácticas se suscriben a un entrampamiento constante, en una actitud soterrada y mezquina. La vida humana es desvalorada y sin importar nada pasan por encima de la dignidad y libertad de muchos seres humanos. La consabida práctica de «ni amigos, ni enemigos, sólo interés» sume a muchas personas en ser meros instrumentos de sus tórridas ambiciones, de modo que no importa si es animal, ambiente, niño, niña, mujer, persona con discapacidad, o cualquier otro, sus intereses de acumulación exacerbada se superponen a cualquier sentido común y de humanidad.
El engaño y la traición son sus constantes, por eso a su imagen y semejanza hacen de la sociedad un lugar inseguro y peligroso. La desconfianza sembrada en la sociedad, trata de romper con los más profundos valores de fraternidad, igualdad y reciprocidad. El amor y la alegría factores de cambio y transformación humana son olvidados y buscan ser remplazados por la vanidad y el prejuicio. De modo que el clasismo, arribismo, machismo y racismo son elementos cultivados para mantener la sociedad de clases y su normalización. Así, todos sus cuerpos reproductores de ideas trabajan al servicio de mantener estas ficciones e imaginarios. Fomentarlas, reproducirlas y velar en su cumplimiento es su tarea.
Esta sociedad burguesa es hecha a imagen y semejanza de la clase en el poder, de esa clase corrupta y criminal que se mofa de ser mejor, seleccionada y merecedora del privilegio. Es tal su falta del sentido común que acaba con los suministros y provisiones que necesita cualquier ser humano para sobrevivir. Es tal su soberbia que se cree por encima de la condición humana. Y aunque nos parezca tonto, se suponen eternos e infalibles.
La práctica del poder la hacen desde los tanques de guerra, los aviones y los misiles. El desvalor a la vida humana alcanza el sadismo y la crueldad. Atentan con la vida humana sin importar quién, no tienen sentido de la proporción y se vanaglorian de su sevicia. Ejemplos, miles, baste con ver los barrios y veredas empobrecidas, donde se roban la niñez y la juventud de miles de hombres y mujeres en fábricas, prostíbulos, ejércitos, cárceles, etc. Sumen a la mayoría de la población en la miseria y los ponen a competir por las migas de pan, es tal el crimen contra la humanidad que tratan de despojar al ser humano y la tierra de lo más intrínseco del ser viviente que es su dignidad.
Esta cultura del oprobio, la cultura de la hoy clase dominante, continúa en franca lucha y con mayor impetú contra la cultura de la clase popular, nuestros valores y principios de humanidad siguen siendo amenazados por esta barbarie, nuestros ojos siguen horrorizados ante la descomunal masacre. Sin embargo, hoy seguimos siendo la resistencia, los hombres y mujeres que no normalizamos la desigualdad, la muerte y la miseria. Somos el ejército de libres construyendo en cada amanecer alboradas socialistas con sólidos muros de amor y alegría.
Esa política del «sin sentido» que nos tiene a las mayorías en el lugar de la subordinación, tiende a cambiar y a representarse en la resistencia de los oprimidos contra los opresores, en la lucha armada, en las calles, en la barriada, en el día a día del rebusque y en la recurrente indignación cotidiana.
Tal proceder de la clase dominante obedece a que ella sólo entiende el lenguaje de los fusiles y la dinamita.
Esta clase dominante solo piensa en cómo puede llenarse los bolsillos de dinero y no en un verdadero bienestar de la clase obrera y campesina que son las clases que producen los alimentos y muchas otras cosas, y no contentos con ello desangran el bolsillo de las clases con impuestos absurdos y a los que tienen un medio de transporte como por ejemplo una motocicleta con multas y Miles de cosas porque según ellos es por la «seguridad» pero es solo la seguridad de llenar más sus bolsillos y sus cuentas bancarias con el dinero de la gente que menos ingresos tiene