“…No era posible sorprender al gobierno por medio
de una huelga general; éste había ya organizado
una contrarevolución presta a obrar militarmente”
V. Lenin. Las enseñanzas de la insurrección de Moscú.
Mientras en algunas ciudades del continente y otras grandes urbes en el mundo lo pobladores urbanos se movilizan de manera masiva contra políticas impopulares, en Colombia luego de las últimas movilizaciones estudiantiles, se revive la iniciativa del gobierno nacional y los voceros de la oligarquía para “reglamentar la protesta social”.
Y es que nuestro país ha sido, lamentablemente, pionero de la política criminalizante, militarista y de represión contra la acción legítima del pueblo a rebelarse y protestar: la creación del ESMAD y propuestas como choques eléctricos (los más conservadores), marchar sólo por la acera de las vías (los más liberales), hacer una lista identificando a cada participante (los más oscuros), pedir permiso con un mes de anterioridad (la burocracia), no parar el transporte público (los desentendidos)… son solo algunas de las medidas que se han querido tomar, usando la máxima de “sus derechos acaban cuando empiezan los de los demás (los neoliberales de a pie)”.
Aprovechando mi calidad de insurgente urbana propongo algunas posturas sobre el debate que resurge públicamente en medio de la coyuntura: violencia y política.
1. Es mucho lo que el pueblo latinoamericano debe estar pensando, porque es un momento coyuntural; las movilizaciones en Ecuador y en Chile, el triunfo del Kishnerismo en Argentina y el escenario tambaleante que se vive en Colombia, invitan a reflexionar sobre los múltiples tipos de acción política que usa el pueblo para defenderse de la injusticia y sobre todo para construir propuestas alternativas de modelo de gobierno y de economía impuestos.
La movilización ecuatoriana fue un claro ejemplo de organización popular, liderada por los pueblos indígenas (agrupados en la CONAIE), al que pronto se sumaron muchos sectores populares contra las medidas que quiere imponer el FMI a través del gobierno de Lenín Moreno.
El Paro Nacional del 9 de Octubre, rechazó y exigió la derogación del decreto 883 (eliminación al subsidio a los combustibles), como primera medida del paquetazo económico que contiene disposiciones del organismo internacional y que incluyen entre otros, recorte a gastos sociales, reforma tributaria con aumento de impuestos indirectos, recortes en los derechos laborales del sector público, entre otros. El triunfo colectivo de la derogación del decreto, no es el fin de la movilización, lo que está planteando el movimiento social y la CONAIE en las mesas de diálogo, es la necesidad de plantear alternativas al modelo económico neoliberal.
Por otro lado, desde hace 30 años, Chile vive un proceso de privatización de los derechos fundamentales como la salud y la educación, un salario básico que no alcanza para llegar a fin de mes sin algún endeudamiento (cosas muy similares a las que vive nuestro país), la profundización de privilegios de las Fuerzas Militares Chilenas, que por ejemplo, tienen un sistema pensional distinto al resto del país (fondos privados), todo esto amparado bajo una constitución que se mantiene desde la dictadura pinochetista, que legitima la represión y militarización.
El 18 y 19 de octubre fue el inicio de una serie de movilizaciones que han despertado la unidad y solidaridad entre el pueblo chileno: trabajadores, jóvenes, estudiantes y niños han buscado la manera de romper con el toque de queda decretado por el gobierno de Piñera y en medio de fiestas y música han desafiado el terror militarista. Dos marchas históricas de más de un millón de personas, se suman a la lista de los grandes momentos de dignidad expresados a lo largo de la historia de ese país.
Las exigencias del pueblo chileno son tan profundas como su crisis y lo importante es que el movimiento es un verdadero movimiento de masas, al que organizaciones sociales y políticas han tenido que sumarse en la medida en que se ha ido extendiendo a lo largo y ancho del país. Un verdadero momento insurreccional podría estar viviendo el país de Cobre.
Finalmente, la pelea en las urnas ha sido la estrategia del bloque popular y de izquierda en Argentina para evitar otro gobierno neoliberal y recuperar así las políticas dirigidas al bienestar social conquistadas en los gobiernos del kishnerismo años atrás y buscando otra fórmula para salir de la crisis económica que se vive.
Es importante entonces reconocer las múltiples formas de lucha y peleas del pueblo latinoamericano, pueblo que quiere dignidad y persiste en la resistencia al neoliberalismo y los regímenes antipopulares.
2. No se llega a la violencia porque sí, y ese es el primer error al que nos quieren llevar. La violencia es una expresión política en el marco del conflicto de intereses entre dos clases, donde una de ellas (en estos casos la clase empresarial y oligarca) ve vulnerados sus intereses y no va a responder de otra forma que no sea usando la violencia del Estado; muestra de ello es la violencia usada por la Fuerza Pública, ampliamente documentada en redes y medios alternativos en Colombia, Chile (20 muertos) y Ecuador (5 muertos, todos manifestantes, ningún policía), lo que ha aumentado el descontento social y llevado a la población a organizarse y buscar una forma más cualificada de defensa.
Así mismo, la acción directa evidencia la profunda crisis y descontento social que tiene el pueblo y que necesita expresar de alguna manera para ser escuchado, porque lo que sí ha mostrado la historia, es que los gobiernos de las élites económicas solo se sientan a negociar, una vez ven tocados sus intereses y una vez ven la magnitud su contrincante movilizado en la calle.
Lamentablemente son pocos, muy pocos, los ejemplos de movilizaciones pacíficas que han dejado alguna ganancia real para el bloque popular o la clase trabajadora en la historia, todo lo contrario son muchas las veces en que el pueblo ha tenido que pelear para concertar una mesa de diálogo con el gobierno.
3. En el debate que sin querer ponen en la palestra pública las declaraciones de la vicepresidenta colombiana, cuando con tanta seguridad culpó a migrantes venezolanos de la quema del ICETEX (cuando sabemos que al ICETEX lo aborrecemos los colombianos endeudados media vida para estudiar una carrera universitaria), o las palabras de Lenín Moreno cuando dice que el movimiento y la movilización estaba influenciada por el correismo e infiltrada por migrantes venezolanos, se evidencia un discurso que le quita poder a la movilización y capacidad de decisión al pueblo.
Lo que está de fondo acá es el interés que tienen las oligarquías latinoamericanas y los gobiernos empresariales, para estigmatizar la protesta social al punto de convertirla en el enemigo interno de cada país, invisibilizando las múltiples y variadas formas en las que el pueblo se ha movilizado y sacando de contexto la lucha de calle y la violencia estatal contra las comunidades.
Por supuesto que sí a la protesta, pero no así, dice la oligarquía latinoamericana escandalizada, mientras busca imponer el ritmo de las disposiciones del neoliberalismo mientras legitima el discurso de la violencia estatal y la política antipopular, fingiendo a través de sus porta voces que la violencia y la política no van de la mano.
4. El papel de los medios masivos ha sido fundamental en esta estrategia, han simplificado la protesta y muestran los actos de confrontación como meras acciones vandálicas, sacándolos de contexto e invisibilizando las razones de dichas acciones.
Se quiere sacralizar la relación entre política y violencia, cuando han sido las élites económicas y sus gobiernos las que han impuesto sus disposiciones (o las del imperialismo) con violencia estatal y paraestatal. Se han valido de la violencia, con dictaduras, paramilitares, represión, para excluir de la política al pueblo, la oposición, la izquierda y los movimientos alternativos. Entonces aquí opera el dicho popular del embudo, “lo mas ancho pa´ellos y lo angosto pa´uno”.
Que se movilice el pueblo, que lo haga como quiera, porque ya no tiene nada que perder, porque debe despojarse de lo único que le queda: el Miedo.
Por: Alejandra Gaitán