Por: Amilcar Arenas
«La educación se rehace constantemente en la praxis.
Para ser, tiene que estar siendo»
Paulo Freire.
El aislamiento obligatorio y el cierre de las universidades impuesto por el gobierno nacional como respuesta a la pandemia del COVID-19, ha desestabilizado las formas comunes de hacer y de organización de los y las estudiantes. El encuentro cotidiano, el tropel, el parche de los pasillos, las asambleas masivas, entre muchos otros, parecen distantes. No obstante, la necesidad de un cambio desde los cimientos de la Educación Pública tanto superior como media y básica impera. ¿Cómo transformar un territorio que en lo inmediato no se puede habitar? No existe una única respuesta; pero podemos afirmar que es necesario también profundizar los ejercicios de organización y formación permanente, así como el fortalecimiento de las redes de comunicación dentro los procesos y con el estudiantado en general. Es claro, también, que es necesario reconocer las experiencias que nos dejan las generaciones pasadas, constantemente el movimiento estudiantil parece desprovisto de memoria. A continuación, algunas reflexiones y apuntes sobre lo caminado del movimiento estudiantil durante sus últimas movilizaciones, todo lo que contiene este escrito esta abierto a ser debatido; incluso la intención misma de lo que este texto comprende es el cuestionamiento crítico de cada palabra.
El movimiento estudiantil colombiano se encontraba sumido en un profundo letargo desde la culminación de la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (MANE). Proceso de movilización que inicio en octubre de 2011 y que se gestó como respuesta al proyecto de Reforma a la Educación Superior impulsado por el gobierno nacional en cabeza de Juan Manuel Santos. Este camino emprendido una vez más por las condiciones y coyunturas impuestas por el gobierno, tuvo como resultado, después de meses de intensa movilización y paros en las Instituciones de Educación Superior (IES), la derogación del proyecto de ley y escenarios de construcción de propuestas alternativas para la reforma de la ley 30. La experiencia de la MANE contiene en gran medida las discusiones sobre las que ha versado el movimiento estudiantil durante todo el siglo XXI, financiación, autonomía y cogobierno; pero también contiene las formas en que se reactiva la movilización y la discusión sobre las condiciones en las que se encuentra la educación superior pública. Recurrimos al paro de los fines misionales de las IES (investigación, extensión y docencia) y a discutir las problemáticas evidentes, sin lograr desentrañar las contradicciones que contiene el modelo educativo impuesto por el neoliberalismo. Es así como, no se logró por parte del estudiantado consolidar una propuesta popular, alternativa y amplia para la educación superior; dando cabida a que el gobierno consiguiera implementar gran parte de su agenda en pequeñas reformas y proyectos minúsculos, que al fin y al cabo terminaron por encaminar los esfuerzos de las IES públicas a obtener recursos del sector privado y a circunscribir las iniciativas estatales sobre financiación a subsidiar la demanda.
En este contexto se encontraban las IES públicas en 2018, cuando se reactiva de nuevo la movilización estudiantil. En esta ocasión el detonante para la movilización fue el déficit presupuestal común para las Universidades e Institutos de Educación Superior. Sin embargo, este déficit no se acrecentó de la noche a la mañana, es el resultado de años en los que las IES publicas tuvieron que percibir más y más recursos propios para funcionar, entiéndase recursos propios como aquellos que son obtenidos desde las mismas IES a partir de proyectos de investigación y extensión financiados por el sector privado. El 10 de octubre, antecedido por numerosas asambleas, marchas y encuentros, llego la hora cero del paro nacional estudiantil. Contenía aquel acontecimiento esfuerzos de unidad tejidos con compromiso y esperanza, y la construcción colectiva de un instrumento organizativo que lograba reunir a la mayor parte del estudiantado. No obstante, se configura una atmósfera burocratizada y lejana a las bases en esta plataforma, teniendo como consecuencia la firma de un acuerdo con el gobierno nacional, que no colmaba las expectativas de aquellas personas que inundaban las calles exigiendo una educación digna, gratuita y de calidad. Además, de nuevo se volvió a centrar el debate en la financiación, y no es que sea un punto menor, pero hay otras banderas que se habían considerado dentro de la agenda. En conclusión, vuelve y se repite la historia, una vez más como tragedia. La UNEES paso a ser un instrumento infértil e inocuo.
Así llegamos al 2019, un año cargado de movilización y rebeldía, donde el movimiento estudiantil, una vez más, reactiva procesos de movilización y encuentro a causa de una coyuntura impuesta por el gobierno nacional; resulta aún más patético que esta coyuntura fuera completamente previsible y en cierta medida, abonada por el estudiantado. En primera instancia, las mesas concertadas en el acuerdo para el fortalecimiento de la educación pública no concretaban apuestas de trabajo, Duque decide no cumplir con el porcentaje para la educación superior del saldo no comprometidos del presupuesto general de la nación en 2019 y la reforma de los artículos 86 y 87 sobre la financiación de la educación superior pública no se nutrieron de propuestas desde el estudiantado. En este contexto el movimiento estudiantil se suma a la amplia movilización social que se lleva a cabo durante todo el 2019 e incluso al inicio del 2020, reivindicando el cumplimiento de un acuerdo que en principio no respondía a las propuestas construidas por las bases. Para el 2020 y con el presente contexto impuesto por la pandemia y las medidas estatales, la matricula cero ha sido la bandera ondeada por varias IES públicas del país, esta apuesta comprende un esfuerzo valioso y loable por garantizar unos mínimos de permanencia en la educación superior. No obstante, el debate vuelve a centrarse en la financiación y durante el proceso de movilización se deja ver, claramente, la dispersión de los y las estudiantes colombianas.
Todo lo anteriormente expuesto debe llevarnos a pensar ¿cuál ha de ser el horizonte del movimiento estudiantil? Esta respuesta no se contesta en abstracto, ni en un proceso de movilización coyuntural como los antes expuestos. Los y las estudiantes tienen el reto de construir unidad, por encima de los infantilismos comunes en sus prácticas, y siempre reconocer que el movimiento son las bases, son aquellos y aquellas que se movilizan y se encuentran a debatir y consensuar; en ningún caso el movimiento estudiantil es, en si mismo, “las vocerías” o personalismos que se airean durante los procesos de negociación. Nosotros, quienes nos pensamos y caminamos una transformación estructural de la realidad, tenemos la responsabilidad, de trascender de las discusiones inmediatas y de la organización coyuntural. La apuesta de un movimiento estudiantil donde logremos avanzar en la batalla de ideas es la construcción de una universidad popular, donde se puedan formar críticamente las clases populares. Una universidad popular comprende un acceso universal y garantías para la permanencia, autogobierno y en ese sentido la tarea de construcción y organización permanente.
Hoy, más que nunca, es un momento para repensarnos las formas de hacer. Las universidades deben seguir siendo territorios en disputa, pero, tenemos que comprenderlas como territorios que trascienden los muros de las aulas y las bibliotecas. Las IES configuran no solo dinámicas internas como cualquier otro territorio, sino que también modelan el cómo comprendemos la realidad y cómo la construimos. La academia es transformadora cuando se posiciona activa y críticamente en los debates. Se debe pensar la construcción de una universidad popular como una apuesta de dignificación de la vida y como un medio para la liberación.
¡Por una educación digna, gratuita, universal y popular!
¡En todo caso, por una educación que deje de oprimir y empiece a liberar!